sensibilidad suspendida
(razón: allá)
paroxismo inefablemente abstruso
Podría pasarme el día reptando, a cuatro patas si es necesario. De la cama al sofá, y al revés, y al contrario. Y basta, nada más, no necesito más. Tal vez sólo la cuna de sus manos. La nube que corona sus cabellos. Algunos no necesitan laurel, son mucho más afortunados. En postura horizontal, todo el rato. Yo en cambio soy de esas personas que, llegando a una supuesta edad adulta (y yo sin duda aún no la he alcanzado), siguen equivocando, de tanto en tanto, la izquierda con la derecha, lo horizontal con lo vertical, puede que incluso el arriba y el abajo. Somos seres desorientados. Eso nos reporta alguna que otra ventaja cuando llegan, y acaban llegando, las épocas oscuras. Estamos acostumbrados. Nos perdemos a menudo, así que no necesitamos demasiado para encontrarnos. Sin embargo nos enganchamos. Nos encanta darle vueltas a lo más nimio. Qué difícil es sufrir por lo más tonto cuando ya sabes, y coño, ya sabes, lo que es importante. Que debería importarme a mí cualquier desaire, cuando ya perdí tanto y gané, bueno, también gané bastante pero, entiéndeme, sigue siendo tan poco. Por suerte ya abandoné la autoestima errante. O me abandonó. Ahora tengo un no sé qué que me protege. Ciertamente va y viene, pero está más que antes. Voy a decir la verdad:ahora tengo menos miedo. Y eso me hace más fuerte. Basicamente ya no tengo miedo del día siguiente. Y el velo (que es miedo) cae. Con él, el telón, y nos vamos reptando, a tientas sí, dejando nuestros ojos a cambio de un poco de amor, siempre intentándolo. Eso que dice Sabines en Los Amorosos. Nos vamos cantando la hermosa vida.
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