sensibilidad suspendida

(razón: allá)



sobre mi intensa comUnión con el mUndo


CANCIÓN, GLOSA Y CUESTIONES

Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.

Por lo citado y por lo concurrido.

Al fin, nada me importa:
me gusta en cualquier caso.

Pero hay algo que intriga.

¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?

(Ángel González)






La semana pasada vi una entrega de premios en la que un actor secundario de toda la vida se llevaba el galardón al mejor actor por su participación en una serie que, inexplicablemente, tiene muchísimos adeptos. Un primerísimo plano de los nominados me permitió observar su sorpresa. Aquel señor no esperaba ganar, y se le notaba. Se humedecieron sus ojos al instante, brillaban, se levantó y dio las gracias con brevedad, mientras yo, que estaba cenando en casa de mis amigos Manu y Naza, les decía: Pero qué mono, ¿no? No se lo esperaba... Le ha tenido que hacer una ilusión. Aquel señor desconocido, actor, cuya serie en absoluto me interesa, se quedó muchísimo rato en mi cabeza. Pensé mucho en su felicidad. Me lo imaginaba muy contento y esa sensación me gustaba. Hace tres días, entré de noche a un bar para comprar tabaco, antes de subir a casa, y lo primero que vi fue a ese señor, en la barra, me miraba de frente, pero no me veía. Compré tabaco mientras me fijaba en la televisión de arriba. Daban un partido, y pensé: por favor, por favor que este señor esté ensimismado con el fútbol. Porque, dada mi surrealidad vital, cuando le vi, pensé: Carajo, cómo es la vida, este señor dentro de mí, de forma absurda pero intensa, y de repente me lo topo en un bar, y no tiene compañía... Pero no me acerqué. Y yo soy de las que cuando algo le late tiene que compartirlo, y me da igual si son ajenos, extralejanos o pendencieros. Si necesito decir algo generalmente lo suelto.

Pero su mirada era triste, por mucho que yo me empeñara en confiar en su exacerbado interés por el balompié. Yo no sé... Así que le miré un poco, pero ni se dio cuenta, y me fui. Luego he pensado mucho más en él, en cómo se encontrará, y el día después, esto es, si la memoria no me falla, anteayer, me acordé mucho de él porque me desbordé. Porque, de no ser por la vida que se mueve fuera de mí (o precisamente por ella), y a la que intento agarrarme con mis uñas de u minúscula, podría haber acabado en una barra de bar viendo el fútbol y tomándome una copa de anís. Porque iba a los sitios corriendo, y tampoco hay necesidad. Sí al lugar, y al no lugar, y al metro, el taxi, el bus, el coche ajeno y la inanidad, pero no tengo que correr, supongo, de mi mesa al patio si me quiero fumar un cigarro, o ir por delante de todas mis compañeras tras la mañana en la calle haciendo historias, mientras volvemos al trabajo. Luego Marta llega desde Salamanca y me cuenta que alguna que otra noche cierra el Adelanto y, cuando sale del trabajo, grita: Jooooder! Y entonces ya me relamo. Y pienso, bueno..., ¿será estrés?, ¿será normal, realidad, inanidad, vida repleta de verdad?

El caso es que la gente se cansa, se le humedecen los ojos en una barra. ¡La gente también se casa! El próximo año viviré el hito de mis primeros amigos que dicen síquiero o esas movidas. Bueno, María fue la primera, pero no cuenta, porque se casó en vaqueros y una hora antes de hacerlo estaba durmiendo. Pero ya debemos hacernos a la idea porque en mayo nuestro amigo Pablo se casa con Nisha, que es india, así que también lo será el bodorrio. Yo no sé... Porque pocos meses después me iré a Murcia a la boda de Manu&Naza, y esto ya es un flipe total, sobre todo si recuerdo que se conocieron a través de mí. No es que me sienta responsable, sólo me siento cerca... En verdad, pese a mi absoluto alejamiento de la realidad (ni siquiera decidido sino inevitable, de otra manera yo no sé vivir), me rodean numerosos entornos que, constato, soy capaz de sobrellevar. Sin embargo, tengo días en los que mi vulva buscaría la barra de un bar, para llenarse hasta arriba de toda la tristeza ajena y después poderla expulsar. Supongo que los movimientos pélvicos también son una realidad. También el lugar. También es cierto que hay que pelear. ¿Qué si no? Si antes me despertaba llorando, y conseguía el éxito de salir de casa con apariencia de persona normal, ahora, algunas noches, ahora, con el paroxismo exacerbado y el delirio, y las nubes, los poemas, los cajones y el agua entre los dedos yo, algunas noches tomo aire y cojo un taxi, y se revuelve delante de mí la ciudad.

Antes solía decir, eh, Madrid, si no estás fuerte, te hace mal. Ahora Madrid es más mía que nunca, y me encantan sus esquinas, sus putas, sus taxistas, sus pijos con camisetas sobre la camisa, sus luces de noviembre tan excelsas, tan preciosas como las de febrero, y también las luces navideñas, las metacreaciones, las perversiones, los amigos que me encuentro en medio de la Gran Vía, tener la suerte de librar un martes y olvidartme de siete días seguidos currando, con la lengua fuera, con el bolsillo más vacío que los nolugares, con el corazón como un aeropuerto, como una lavadora, como Nosoträsh, dando vueltas dando vueltas, girando la cabeza, alzando el viento hasta un lugar menos concreto, probarme gorros que jamás me pondría, y probar platos metaposmodernos en Chueca y soñar, sin embargo, con frutas sencillas y poco adversas. Y que venga Marta desde Salamanca, para que lloremos y riamos y reconvirtamos nuestra propia existencia, y durmamos juntas como hermanas y paseemos la Plaza Olabide y decidamos que, algún día, viviremos allí. Y finalmente me compro un gorro azul, tan azul debe ser que Noelia, nuestra personal shopper, asegura que mis ojos verdes se convierten en ese color. Y agotadas decidimos salir también a cenar, al ChinaTé, remanso de paz, y té de canela, cucharas, azúcar, algo de verdad, nuevamente lo incomprensible formando letras japonesas, sobre fondo casi fucsia, para recordarme que fue rojo cuando debió serlo, cuando mi padre muerto cumplía años, y blanco cuando el delirio, cuando las nubes nos brotaron en las manos. Este escenario inquietante, esta sit-com, no explota, porque tiene un bastión, muralla, alrededor. Mi personaje ético que adopta una estética y se sube al escenario (con la pretensión de no defraudar sus principios fundamentales) hace una reverencia y sonríe agradecido.


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