sensibilidad suspendida

(razón: allá)



SOBRE EL LEGÍTIMO PODER DE LA TRISTEZA V




05/20/07

Descripción



Caer hasta tocar el último fondo, desolado, hecho de un viejo silenciar y de figuras que dicen y repiten algo que me alude, no comprendo qué, nunca comprendo, nadie comprendería.


Esas figuras -dibujadas por mí en un muro- en lugar de exhibir la hermosa inmovilidad que antes era su privilegio, ahora danzan y cantan, pues han decidido cambiar de naturaleza (si la naturaleza existe, si el cambio, si la decisión...).


Por eso hay en mis noches voces en mis huesos, y también -y esto es lo que me hace dolerme- visiones de palabras escritas pero que se mueven, combaten, danzan, manan sangre, luego las miro andar con muletas, en harapos, corte de los milagros de a hasta z, alfabeto de miserias, alfabeto de crueldades... La que debió cantar se arquea de silencio, mientras en sus dedos se susurra, en su corazón se murmura, en su piel un lamento no cesa...


(Es preciso conocer este lugar de metamorfosis para comprender por qué me duelo de una manera tan complicada.)

Alejandra Pizarnik





Hace días que intento poner las palabras, y no hay manera. Se mezcla el temor a que sean demasiado bárbaras, inconclusas y extrañas, con un singular desconocimiento de qué es lo que me pasa. De alguna manera ya me pasó antes, de alguna otra forma me resisto a creer que me esté pasando de nuevo, me rebelo, no quiero, me mantengo quieta por si acaso, no digo nada, no hablo, se me atragantan las cosas, no puedo explicarlas, ni darles forma, me resultan demasiado raras.

Pongo cierto empeño. Y el parque frente al trabajo es un bosque, y estamos bajo un árbol, unos cuantos, nos tumbamos, contamos historias, explicamos de qué manera nos fuimos haciendo amigos, vienen otros nuevos, y después nos vamos a casa. También hay celebraciones, de ascensos, ¡barra libre!, dice el que sube, y nos alegramos, nos reímos mucho, descansamos. Hay taxis de madrugada, hay un intento de normalidad, la mirada fija en la pantalla, el esfuerzo por hacer las cosas con la ligereza propia de quien no se deja dominar por lo de fuera. No, no, aquí, dentro de mí, soy capaz de encontrar la bondad suficiente para no dejarme atropellar. En estos días, sin embargo, he llegado a odiar los sonidos de la cotidianidad. A la rutina se le caído la t, qué le vamos a hacer.

Cuando por fin se para lo impuesto me hago ovillo por completo. Algunas palabras amigas consiguen sacarme del tedio, sobre todo aquellas que lo hacen sin el ritmo de una inquisición. Gracias, de veras, por no preguntarme qué tengo mientras yo misma no tengo ni idea. Gracias, también, por obligarme, de alguna manera. Con calma y sin asustar. Yo estoy bien así, por el momento, ordeno estanterías, cocino, paseo esta ciudad que de repente es igual a las diez de la mañana que a las diez de la noche. No hay cambio. No importa que esté oscuro o haya sol, leo algo y pienso mucho, lloro algunos ratos, lloro muy poco. Sobre todo, me duele el estómago. Ayer fui al cine sola. No la había hecho jamás. Fui al cine sola en lugar de ir a la fiesta de los rats. En realidad, sentir su cariño en las llamadas me hizo mucho mejor que lo me hubiera podido divertir en la barbacoa en la terraza de Arjona. Gracias, Rats!

Gracias también a Rilke porque esta mañana me lo he encontrado mientras ordenaba la estantería en la que estaba Cartas a un joven poeta, y caer en la octava, escrita desde Borgeby gard, en Fladie, Suecia, el 12 de agosto de 1904, me ha fortalecido un poco.







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