QUIZÁS UN CORAZÓN RECOJA LLUVIA
Probablemente buceando en mi escritorio
halle las letras o, no sé, las claves
de un nuevo y sumergido abecedario.
Tal vez en el fondo de un vaso largo
de gin con agua tónica
o en la página cine de los libros más cercanos,
aquellos que al abrirlos cada día
crecen al ritmo de tu propia historia.
Quizá ni estén en este cuarto, han de traer
el aroma cabal de lo que ya no es
o el presagio futuro de lo que aún no ha sido.
Unas palabras, encontrar tan sólo unas palabras
y dirigirlas a todos y a cualquiera.
Pero de uno en uno: irrepetibles y secretas…
Alberto Vega
Probablemente buceando en mi escritorio
halle las letras o, no sé, las claves
de un nuevo y sumergido abecedario.
Tal vez en el fondo de un vaso largo
de gin con agua tónica
o en la página cine de los libros más cercanos,
aquellos que al abrirlos cada día
crecen al ritmo de tu propia historia.
Quizá ni estén en este cuarto, han de traer
el aroma cabal de lo que ya no es
o el presagio futuro de lo que aún no ha sido.
Unas palabras, encontrar tan sólo unas palabras
y dirigirlas a todos y a cualquiera.
Pero de uno en uno: irrepetibles y secretas…
Alberto Vega
Estudio melódico del grito
Editorial Visor de Poesía
Mientras estuve en Barcelona pensé en muchas personas. En las que conocí allí, a las que visité, a las que hubiera querido ver y no pudo ser, no sé. Echando la vista atrás, resulta evidente que existía una necesidad, que el arrebato de cogernos un vuelo en mayo a Bilbao unos cuantos y generar la I Agrupación Paroxista fue un hecho que tuvo unas consecuencias muy bellas. Por eso la II Agrupación en Barcelona, por eso tantas cosas. Entre las personas que pensé estaba Endika, nombre que parece de chica pero es de hombre, cosas que pasan con los vascos. Me acordé de él porque Agostina y yo pasamos mucho tiempo con él en nuestro viaje a, ¿cómo lo llaman, ciudad condal, verdad? Yo no sé por qué la llaman así, soy una ignorante, podríais explicármelo. Seguro que Endika lo sabría, vaya, ¡igual es algo que sabe todo el mundo! Bueno, da igual…, el caso es que no veo a Endika desde entonces y casi vino al I Encuentro Paroxista del verano, allá en junio, en Marruecos, pero no pudo ser, al final.
Por eso, recibir un mensaje de Endika cuando aterricé en Madrid me pareció algo brutal. Dijo que venía a la corte la semana que viene, que había un concierto de Fela Kuti, dijo lo que siempre dice, alegría de vivir, y saludó diciendo: hola, corazón! Una cursilada que yo no admito a cualquiera, pero viniendo de él está todo bien, y qué desastre cuando sopesas y recuerdas que están demasiado lejos los pilares, y algunos también lejanos en el tiempo, que me encuentro con uno y éste me pregunta por todos, que se suceden llamadas en los encuentros espontáneos y se escucha: vaya, cómo me gustaría estar allí. Yo nunca creí que las cosas ocurrirían así, y en cierto modo me asombra que todo el mundo se desplace tanto, tanto que acabo conociendo personas de otro hemisferio que pasan por aquí, y se me quedan dentro, o que los que ya están se marchan de repente, a lugares exóticos o demasiado lejos. No lo entiendo muy bien, y tampoco me imaginé nunca en Madrid, no sé, cuando estudiaba. Creo que no imaginaba nada con respecto a mi futuro, ni inmediato ni nada, y sin embargo si pienso en mí al terminar la carrera me complace encontrarme con alguien que hizo cosas, que tomó decisiones y se marchó a lugares e intentó historias.
Además, hace ya tiempo que, aunque las despedidas sean jodidas, yo no sé, pero siempre tengo la sensación de que sucederá, seguro, quién sabe cuándo, un nuevo momento para vernos. Lo que peor llevo es lo poco que veo a todos juntos, y en este caso me refiero a los amigos de la universidad que, como diría alguien de Bilbao, o sea yo, era un grupo muy majo. A mi imprescindible amiga María la conocí en la universidad, y también a Pablo el Contestatario. De repente estábamos los tres en puntos lejanos y en absoluto convergentes en triada. Pablo venía a veces a Madrid desde Ceuta, y nos veíamos, yo a veces iba a Bilbao y veía a María, pero ella se fue a vivir a Idaho, y entonces las cosas se pusieron complicadas. Por eso, vernos en Marruecos, también con Cristina, otro pilar de cuando la universidad, fue fabuloso. Espera, eso que dicen los gallegos aunque ellos no lo sepan, fue espectacular. Me parecía increíble la sensación de ser cuatro, la velocidad a la que se cruzaban los datos y los tantos momentos extraños, y los otros tantos hermosos. Y Pablo me llamó cuando estaba en Barcelona, y no era un buen momento y no le hice mucho caso, pero él llamó, y a mí eso no se me olvida.
Y María en Idaho comienza a trabajar el mismo día que yo, y me cuenta que siente la boca seca y eso debe ser duro en la docencia y yo, yo aún no se lo he dicho pero es cierto que sentía los dedos agarrotados (o la cabeza) cuando, por cuestiones de trabajo, o porque yo, ¿qué otra cosa hago?, me veo nuevamente obligada a escribir sobre asuntos que en absoluto vienen de lo que veo y me apetece contar o sencillamente lo que me sale de dentro. Tras la confesión, María me contó, bueno, en realidad lo contó en este lugar que hemos creado, que había impreso el poema de Boccanera, el de la foto anterior, el de la Cuchara, en la ventana de su aula, y yo tengo que contarle, bueno, ya lo estoy contando, que he cambiado de cometido laboral y, de regalo, he conseguido una ventana. Creo que en cuatro años éste ha sido mi mejor ascenso.
Conseguir mesa ya me pareció algo increíble, pero era más normal, la ventana ya…, ah, se ve que hay que merecerla; me siento contenta. Tal vez un día de éstos pegue alguna foto o algún poema. Es posible que me acuerde de la que acabó una carrera, de repente se vio haciendo un máster y terminó de becaria (riámonos, porque es gracioso, me llamaban rebecaria) haciendo muchas cosas y entre otras pegando poemas de Pessoa en las ventanas. Siguen ahí, por cierto, y también un dibujo que me gustó mucho, un tipo de rostro amenazante y dedo inquisidor, diciendo: ¡USTED ES FELIZ! Decía alguna cosa más, pero no me acuerdo, y el libro de donde lo saqué es muy raro, si lo busco y lo encuentro, lo traigo, y lo cuento, ¿de acuerdo? Antes de irme de viaje ordené mis libros y eso me complace bastante, aunque sigo encontrándolos casi de casualidad, como el pasaporte cuando viajo, y en viajes nacionales me lo llevo porque tengo caducado el dni, sí, soy un desastrín. Así me llamó Anna (la responsable de que yo coloque a Alberto Vega aquí; regalo de cumpleaños) el otro día, cuando tardé mil horas en decirle que ya había aterrizado en Madrid, que todo bien. Y mola el –in porque puede ser amable también, una de las razones por las que yo acabaré viviendo en Asturias. Es una certeza que tengo, como la de que las despedidas son flexibles, aunque duren demasiado tiempo, una vez finalizadas, quiero decir. Y tengo más, qué alucine, ¿verdad? Como diría mi amiga Mai, valoro el movimiento.
De un lado, la certeza de que algunos bastiones se alejan y uno se acostumbra a verse de cuando en cuando, y también con eso uno debe estar alegre. De repente, darse cuenta de que, pasado el tiempo, has conseguido un cemento irreductible en tus puentes, y se han dado pasos para generar momentos y, al mismo tiempo se han creado otros nuevos, pilares y momentos. Ciertamente, y aunque nos hayamos conocido dándole a la tecla, resulta extraño, tras encontrarnos con el amanecer, tras siete horas o no sé, sentadas en una escalera incómoda charlando, se hace raro mandarnos unos mails rápidos durante el día, o una llamada de repente. Parecer ser que se puede mantener una conversación a tres por teléfono. Eso sería interesante para los miembros de la II Agrupación Paroxista, Anna, Mai y yo. A veces me da la sensación de que tengo algo tan grande entre las manos que me dan ganas de contarlo.
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