Trabajé el aire,
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz,
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego:
humo son mis obras,
ceniza mis hechos,
…y mi corazón
que se queda en ellos.
Ángel González
Realidad casi nube
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz,
ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego:
humo son mis obras,
ceniza mis hechos,
…y mi corazón
que se queda en ellos.
Ángel González
Realidad casi nube
Quizá sea cierto que el nombre imprime carácter, que como dice Ángel, para que yo me llame Ángel González…, que tal vez si mi nombre significa lazo (o incluso atadura) es por algo, que me despierto tras una semana intensa en un sábado y revuelvo casi todas mis pertenencias (difícil tras vivir dos meses –en realidad medio año- en un viaje constante) y me encuentro a Ángel pequeñito, el libro más grande de la historia, y uno no se enfada si no hay leche por la mañana, si te quedas sin café, no importa nada. Yo suelo hacerlo así, así es como más me divierte. Abro el libro al azar, me detengo en una página cualquiera y, generalmente (no exagero si mento un orgulloso 90%), lo que aparece es perfecto. Como hoy, con el aire y el viento, y tal vez sugestionada pero, desde luego, inconsciente de la sugestión, tras leerlo y decidir que para honrar los versos escribiría algo bajo ellos, desde el suelo, he llamado a mi amigo Ángel.
Entre otras cosas, le he despertado, pero se lo tomó bastante bien. Rápidamente, mientras le animaba a seguir durmiendo y a acordarse de mí por la tarde, le he dicho algo que al instante me sonó sorprendente por mi parte: Necesito hablarte, quiero contarte algo. Porque yo hace demasiado que no digo algo como eso, y me he dado cuenta al decirlo de nuevo. ¿Quién lo dijo? Igual lo dije yo, ja, que es verdad que en la vida uno acaba necesitando (y esto es bueno), pero qué sería de nosotros si nadie nos necesitase, no sé. Me he sentido contenta de poder expresar necesidad, espero poder hacerlo más. Ahora podríamos volvernos locos y hablar de fragilidad y fortaleza, pero a mí no me apetece ni moco porque, ahora que he decidido desdeñar de los absolutos (ya he retirado lo bueno y lo malo, recuerda), me importa cero tal consideración. Si acaso me permitiré el lujo de soltar una perla de vez en cuando, con respecto a lo que sea, y además sin verbo: Tan frágil o tan fuerte. Y que la gente piense lo que quiera.
Tras esto me viene a la memoria una antigua máxima paroxista que fue poco desarrollada. En realidad era un prolegómeno del Anexo Contra Lo Absoluto, pero entonces no lo sabía. Pensé: no habrá gente entre mis párrafos, en lo que escriba (en lo que sentipiense) habrá sólo personas. Ahora necesito rectificar, lo siento. En el mundo hay gente, he de confesar, pero el pensamiento siguiente, creo, me redime, porque mi trabajo (uno de tantos) consistirá en ser igual de cortés con aquellos que forman parte de la Gente. Lo voy a intentar, ejercito el intento, blabla, todo lo demás. Doy por hecho que los prejuicios existen (y lo que es peor, existen en mí), pero trataré de no dejarme llevar por ellos. Prejuicios y celos son actitudes, debo reconocer, que considero inherentes (en personas y Gente), pero abogo por el esfuerzo de no dejarnos llevar por ellos; al menos no completamente. Porque la lluvia, como también dice Ángel, no te moja, no, te resbala, y como dice Alberto Vega, quizás un corazón la recoja.
Anoche hablé con Marta por teléfono y le conté que el poemario de Vega lo prologa Ángel, y desde el día que lo recibí (en Bilbao, descalza, mis doce años cumpliendo veintinueve y abriendo un paquete de Anna) pienso en el sublime y delicado cuidado que implica todo esto, tantas personas a una creando algo tan grande, y algunas sin saberlo. También me siento contenta de poder charlar por teléfono amigablemente, aunque en el caso de Marta se hace imperativo porque ahora está lejos y la echo de menos. Y Agostina ayer dijo que finalmente no podrá venir en septiembre, y María me pide listas de libros para que se los compren los gringos, y yo escribo ÁNGEL y ALBERTO en mayúsculas, y tengo la suerte de que me rodeen a veces dos hombres con estos nombres, además de los poetas. Y que unas personas me llevan a otras, o a veces voy sola, y en ocasiones observo los movimientos y es en ese momento cuando hago honor a mi nombre y me siento lazo, y mi corazón, utópico bivalvo, cristal, transparente, tan frágil o tan fuerte. Por eso, cuando esta mañana leí a Ángel me detuve en la preposición del último verso. Porque el sintagma no es tan frágil y tan fuerte, no, porque el paroxista reconoce su contradicción.
Así las cosas hay instantes en que uno debe hacer un esfuerzo incluso por no dejarse llevar por el paroxismo, quiero decir, no dejarse vencer, no, eso no. Por eso tiene un sentido que sea mi corazón quien se quede en los hechos, en las cenizas, en los vivos y en los muertos, y por eso soy capaz de llorar pensando en Ángel el Gigante escribiendo ese verso, y eligiendo “en” y no “con”, desprendiéndose, diciendo sí, o no, contento de la vacuidad de su corazón. Un reto excelso. Porque vacío es cuando está más lleno, o más abierto. Todo esto ya debía saberlo Óscar Wilde cuando una coma le volvía loco un día entero. Como dijo la u en una ocasión, dejen que discurra mi aliento, que lo estruja y lo convierta en pensamiento, que como dijo Barnes, el corazón no tiene forma de corazón y, como dice la u, ni interruptor.
P.S: A continuación (en pro del próximo Protocolo sobre la Conjunción) un extracto en forma de Paréntesis, de aquel que viaja tanto sin saberlo: Julian Barnes:
(…) Uno de los problemas es éste: el corazón no tiene forma de corazón.
“Debemos amarnos o morir”, escribió W.H. Auden, que motivó de E.M. Foster esta aclaración: “Porque una vez escribio ‘debemos amarnos o morir’, puede ordenarme que le siga. Auden, sin embargo, no estaba satisfecho con este famoso verso de Septiembre 1, 1939”. “¡Es una condenada mentira!”, comentó. “Tenemos que morir de todas formas”. Así que cuando se reimprimió el poema cambió ese verso por el más lógico: “Debemos amarnos y morir”. Más adelante lo suprimió por completo.
Este cambio de o a y es una de las famosas enmiendas de la poesía. La primera vez que me la encontré aplaudí el honesto rigor con el que el Auden crítico revisó a Auden poeta. Si un verso resulta sonoramente bueno pero no es verdad, fuera con él; esta actitud vigorizantemente libre vanidad literaria. Ahora no estoy tan seguro. Debemos amarnos y morir ciertamente tiene la lógica de su parte; pero es más o menos tan interesante respecta al tema de la condición humana, e igual de impactante, como Debemos escuchar la radio y morir o Debemos descongelar la nevera y morir. Auden tenía razón al sospechar de su propia retórica; pero decir que de todas formas Debemos amarnos o morir es falso porque morimos de todas formas (o porque quienes no aman no expiran instantáneamente) es tomar una postura estrecha y olvidadiza.
Hay otras maneras igualmente lógicas, y más persuasivas, de leer el verso con o. La primera, muy evidente, es ésta: debemos amarnos porque si no lo hacemos acabaremos matándonos. La segunda es: debemos amarnos, porque si no lo hacemos, el si el amor no alimenta nuestras vidas, es como si estuviéramos muertos. Seguramente no es “una condenada mentira” afirmar que quienes obtienen sus más profundas satisfacciones de otras cosas viven vidas vacías, son cangrejos afectados que se pavonean por el fondo del mar dentro de conchas prestadas.
Éste es un territorio difícil. Debemos ser precisos y no ponernos sentimentales. Si queremos oponer el amor a conceptos tan astutos y musculosos como poder, dinero, historia y muerte, no debemos refugiarnos en la autoalabanza o la vaguedad snob. Los enemigos del amor se benefician de sus pretensiones inespecíficas, de su gran capacidad de aislamiento. Así que, ¿por dónde empezamos? El amor puede producir felicidad o no producirla; tanto si al final lo hace como si no, su primer efecto es proporcionar energía. ¿Han hablado alguna vez tan bien, necesitado menos sueño, regresado al sexo tan ansiosamente, como cuando se enamoraron por primera vez? Los anémicos comienzan a resplandecer, mientras que los sanos se vuelven insoportables. En segundo lugar, da una confianza que estira la columna vertebral. Uno siente que va erguido por primera vez en su vida; uno es capaz de hacer cualquier cosa mientras dura esta sensación, uno puede asumir el mundo. (¿Podemos hacer esta distinción: el amor aumenta la confianza, mientras que la conquista sexual únicamente desarrolla el ego?) Además da claridad de visión: es un limpiaparabrisas sobre el ojo. ¿Han visto alguna vez las cosas tan claramente como cuando se enamoraron por primera vez?
Si miramos a la naturaleza, ¿vemos por dónde entra el amor? En realidad no. Hay algunas especies que al parecer se emparejan de por vida (aunque imagínense las oportunidades de adulterio en largos recorridos migratorios por mar y en los vuelos nocturnos); pero en general vemos solamente el ejercicio del poder, el dominio y la conveniencia sexual. Los feministas y los machistas interpretan la naturaleza de distinta manera. Los feministas buscan ejemplos de comportamiento desinteresado en el reino animal, ven que aquí y allá el macho realiza tareas que en la sociedad humana están caracterizadas como “femeninas”. Consideran el pingüino rey: es el macho el que incuba el huevo, lo lleva de un sitio a otro en sus patas y lo protege durante meses del clima antártico con un pliegue de su bajo vientre… Sí, responde el machista, ¿y qué me dices del elefante marino? Se pasa todo el día tumbado en la playa jodiendo con todas las hembras que pilla. Lamentablemente parece cierto que la conducta del elefante marino es más habitual que la del pingüino macho. Y conociendo a mi sexo como lo conozco, me inclino a dudar de las motivaciones de este último. Puede que el pingüino macho haya calculado que si vas a estar atrapado en el Antártico durante años lo más inteligente que puedes hacer es quedarte en casa cuidando el huevo mientras mandas a la hembra a pescar en aguas heladas. Es muy probable que haya arreglado las cosas de la manera más conveniente para él.
Así que, ¿dónde entra el amor? No parece estrictamente necesario, ¿verdad? Podemos construir presas, como el castor, sin amor. Podemos organizar sociedades complejas, como la abeja, sin amor. Podemos meter la cabeza en la arena, como la avestruz, sin amor. Podemos extinguirnos como especie, como el pájaro dodo, sin amor. ¿Es una mutación útil que ayuda a la raza a sobrevivir? No lo veo así. ¿Se implantó el amor, por ejemplo, con el fin de que los guerreros luchasen con más energía por su vida, teniendo en el fondo de su alma el recuerdo iluminado con velas del hogar doméstico? No es muy probable: la historia del mundo nos enseña que es la nueva forma de la cabeza de flecha, el general avispado, el estómago lleno y las perspectivas del saqueo lo que constituyen los factores decisivos en la guerra, no las mentes sentimentales que babean por su hogar. Entonces, ¿es el amor un lujo que surgió en tiempos de paz, como el trabajo de acolchado? ¿Algo agradable, complicado, pero no esencial? ¿Algo desarrollado por azar, reforzado culturalmente, que casualmente resulta ser amor y no otra cosa? A veces pienso que sí.
Si miramos la historia del mundo, parece sorprendente que el amor esté incluido. Es una excrecencia, una monstruosidad, un añadido tardío al orden del día. Me recuerda esas medias casas que de acuerdo a criterios normales de la lectura de mapas no deberían existir. La semana pasada fui a una dirección norteamricana: 2041 ½. Yonge Street. El propietario de 2041 debió vender en algún momento una pequeña parcela de su terreno y allí se levantó esta casa numerada y reconocida sólo a medias. Y sin embargo la gente puede vivir en ella cómodamente, la gente le llama mi casa… Tertuliano dijo que el credo cristiano era verdad porque era imposible. Puede que el amor sea esencial porque es innecesario.
(Julian Barnes, Una historia del mundo en diez capítulos y medio)
SUB APÉNDICE PAROXISTA DE GRADO ENÉSIMO
PRODIGIO:
Puede uno amar sin ser feliz;
puede ser feliz sin amar;
pero amar y ser feliz es un prodigio
(Balzac)
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