sensibilidad suspendida

(razón: allá)



la corte se despereza









Madrid, 09.37

Creo que es martes, diez de julio, 2007. Trato de mantener ciertas alianzas con la cotidianidad, ¿lo has notado? Combato con el devenir diario. Lucho con el papel tintado, me gusta, no me gusta, lo reclamo. Yo leo con pasión los diarios cuando no trabajo. Cuando mi vida es acción simultánea lo rechazo. Tal vez no tengo tiempo, tal vez todos se encargan de contarme a cada instante qué está pasando. Siempre alguien sabe, y cuenta, lo que está pasando. A mí me llega a dar vergüenza, a ratos, decir que me importa todo un carajo. Ya estoy en Madrid, y cuando no suenan ambulancias suenan los camiones de basura de Gallardón, que no tiene mucha simpatía por las prostitutas. Hace ya unos cuantos días que piso la corte, pero no lo hago, me he adentrado en un encierro voluntario, ¿provocado?, me he quedado muda, y esto significa algo. Una bola en mi garganta me recuerda que estoy aquí para algo. Si bebo agua me acuerdo más porque me duele cuando me traspasa, y hoy he amanecido abrazada al baño, como si acabara de llegar de Marruecos, ¿qué mierda me está pasando? Me resisto a considerar que somatizo, que soy víctima de mi propia sensibilidad, que pierdo la voz porque debía perderla, que me encuentro mal porque me debato, que no comprendo si me enfermo por qué me duelo o me rompo un poco, me quiebro, porque me duele el cuerpo. No sé yo. Me aterra este pasotismo generalizado que es mi persona actual, ¿o debo alegrarme, quizá? Para un hipersensible tal vez sea la mejor realidad, acción, decisión, arbitrariedad vital, pero es que…, en cada paso encuentro un mundo (nuevo, perdido, ajeno, reencontrado, qué sé yo) y a veces me canso de mi propia idiosincrasia, de mi no parar. Ayer, cuando tomé la decisión de acercarme a una farmacia (¿en qué cabeza cabe que uno deba sopesar la necesidad de ir a una o no?) me topé con mis putas realidades, ésas que me atenazan de vez en cuando. ¿Cómo es posible que creyera que ya no tenía recuerdos por recordar? Inocente… Ayer por la tarde puse un pie en una fabulosa parafarmacia de la capital, para poder hablar, y con la velocidad del esperpento se adentraron en mi cabeza numerosos recuerdos, de una jovencita que, en sus lindos años (13, 14, 15 16, 17) se encargaba, cada semana (varias veces), de ir a la farmacia para que se cuidaran sus enfermos familiares. Primero mis padres, luego mis abuelos, y yo caminando siempre con una mano de fajos de recetas, porque aquello eran fajos, y yo aprendí pronto a cuidar gente enferma. ¿Debo enorgullecerme? Mi padre me dijo que me hiciera enfermera. Me parece triste y bello al mismo tiempo esto, mis 15 años, mi aprendizaje de la geografía mundial apoyada en una cama de hospital, y mi padre, en esos días, preguntándome si no quiero dedicarme en el futuro a cuidar quien se enferme. Ahora me doy cuenta de la grandeza de un padre dando las gracias a su hija por cuidarle cuando se estaba muriendo. También me dijo que no me pusiera gafas en su entierro, y que nos fuéramos a cenar para brindar por él, por lo bueno que hubiera podido darnos, y no lo hicimos. Yo a mi padre le debo una cena, pienso, pero no sé muy bien con quien celebrarla, no lo tengo claro. En Cádiz visité a mi tío Guillermo y me dio un vuelco cuando llegó, caminando, con su pelo blanco y tan moreno, y tan alto, y yo me aguanté el mogollón porque, ¿cómo decirle, nada más llegar, lo mucho que se parece a su hermano? Luego, en el coche, le miré las manos, y también se parecían tanto, y recordé las suaves palmas de mi padre y miré hacia otro lado. Me da la sensación de que estoy de momento viviendo itinerante, nómada, anclada a una maleta, expectante. No me entran temblores, me complacen las cosas bellas y trato de vivirlas al máximo y a veces no puedo, sin embargo. Son las diez de la mañana casi, tendré que hacer algo.



4 comentarios:

Santiagoff dijo...

Ya se quien eres (o eso creo) eres Tribecca ¿no?

m dijo...

y es que somatizamos con la tripita, eh? Luego hay quien somatiza jaquecas o lumbalgias, pero lo nuestro es un cierto fragor gástrico. No es fácil.

recuerdas los olores? los olores de hospital? Yo es lo que más recuerdo, el olor a limpio de quien no puede ensuciarse porque está en cama. A veces huelo eso y se me anudan las tripas, sí. Es que es duro.

y luego, pues las manos y los recuerdos. A mí me pasa con la hermana de mi abuela, que tiene la voz igual que la tenía ella. Sobresalto, un poco, y nudito en la garganta, pero tan hermoso. No?

arriba!

Anónimo dijo...

Tiende la ropa al sol, querida... Un beso.

Anónimo dijo...

Qué fuerza tiene lo que escribes, qué gusto da leerte y recordar que estamos hechos de recuerdos. Me uno al consejo de Ana de la Robla.
Un abrazo.