sensibilidad suspendida

(razón: allá)



por su importancia







Yo no me maté cuando las cosas me fueron mal,
no me dediqué a las drogas ni a la enseñanza.
Cuando comprobé que no podía conciliar el sueño
aprendí a escribir. Aprendí a escribir
cosas que pudieran ser leídas
en noches como esta por gente como yo.


Leonard Cohen






Si aún vivieras, ¿dónde vivirías, seguirías en Bilbao, tendrías un velero, habrías emigrado ya a Venezuela? Solías decir que, de viejo, vestirías siempre con traje blanco y sombrero, por supuesto bastón, y cuando estabas muy contento te ponías el disfraz de futuro y sonreías. Algunos dirán que fuiste un desgraciado. Yo que soy tu hija prefiero pensar que fuiste siempre un idealista. Si conocieras Six Feet Under, si hubiéramos visto esa serie juntos, te diría que te pareces a Nate, el primogénito de la Familia Fisher, alguien que comete los mayores errores por las mejores razones. También tu madre se parecía a Ruth Fisher. Cuando te marchaste la abuela se convirtió en un espectro de lo que había sido. La imagen (escenario y representación) de su dolor me impactaron y pensé algo tal vez demasiado prosaico, me dije: “Duro que se muera un padre, sí, pero que se te muera un hijo tiene que ser terrorífico”. Uno tiene que enterrar a sus padres, ellos deben morir antes, la vida es (o debería) ser así; resulta antinatural que suceda lo contrario.


Yo no fui a tu entierro, por cierto. Es posible que el recuerdo de la palestra que se formó en el de mamá, en Derio, en un frío octubre y con el viento, me hiciera echarme atrás. Sin embargo pocos años después si estuve presente en el entierro del abuelo, y te diré algo: fue bello. No en Derio sino en Plencia, en un cementerio más pequeño, y mucho más hemoso. Rezamos un padrenuestro con un sacerdote amigo suyo, era un soleado junio y estábamos todos muy juntos mirando nuestro común apellido. Al de la abuela llegué tarde. Me compré el vuelo más caro del mundo, de un día para otro, Lamezia Terme, Milán, Bilbao, pero ya todo el mundo había llorado demasiado cuando aterricé. Me recogió en el aeropuerto un primo tuyo, Luis Zarandona y su mujer, María José, en aquel coche enorme que tenían para todos sus hijos y sus trastos. Un sacerdote amigo de la abuela mencionaba una y otra vez su abnegación y sentido de la famlia. Aquello era cierto, pero más que alegrar dolía el pensamiento de la vida de alguien tan entregado a los demás.


A tu funeral sí que fui. Dijiste que no llevara gafas, dijiste que aquello era una horterada. Tus palabras exactas fueron: No lleves gafas para que no se te vea llorar. Si tienes que llorar, llora sin más. También dijiste que nos fuéramos de cena, que brindáramos por todo lo bueno que hubieras podido darnos, eso dijiste, y no lo hemos hecho, pero no me he olvidado, y voy a hacerlo, sólo tengo que saber quién o quiénes son las personas precisas en esa mesa, en esos brindis a ojos descubiertos. Te debo una cena desde hace más de diez años. Cuánto me alegro de no haber olvidado nunca mi desliz, de no haber perdido ese recuerdo, el sentipensamiento, y sin embargo me enfado cuando trato de recordar tus platos preferidos y no lo consigo. Te gustaba leer a Borges por las noches con un whisky y llevabas casi siempre los pies descalzos. Cuando tenías hipo te estirabas mucho, en el quicio de una puerta, alzabas los brazos y aguantabas la respiración hasta que se te fuera.



Te gustaba la leche fría, a cualquier hora del día, el huevo hilado sobre el marisco; querías jugar al golf en otras vidas, manejar un velero como el que tenía el abuelo cuando tú y tus hermanos erais pequeños. Por eso, cuando el abuelo cumplía años, tú siempre le regalabas tesoros marinos. Un barco para acompañar el del año pasado, sobre aquel aparador, una figura de un lobo de mar con chubasquero amarillo, una brújula y en una ocasión un cuadro sobre la otra gran pasión de tu padre además de meterse con Xavier Arzallus desde su sillón orejero: los toros. A tu madre le regalabas figuras de patos, porque ella los coleccionaba. El pato era especialmente hermoso cuando, para chinchar, te ponías una chapita de la bandera republicana en la solapa. Debes saber que la abuela comenzó a detestar los patos cuando te marchaste, no quiso que le regalaran ni uno más. También debes saber que el pato es, hoy día, mi animal preferido.

No he vuelto a tener perros, tampoco, pero espero que uno me acompañe algún día. Tú siempre quisiste tener perro, que hubiera un perro en casa, y lo hacías. Supongo que eso debe ser un sueño para una niña. Y estuvo Pizka, la perra que más quise, tan buena y en tantos momentos difíciles, y luego aquel perrito que murió tan pronto, casi sin nombre, parecido a Milú. Antes, hace mucho, si contaba la historia de ese cachorro, la gente se partía de risa, y eso que es una historia tristísima, pero recuerda que tengo ciertas dotes para la comedia (y sobre todo para el dramatismo). Saliste a correr con el perro, cuando lo recogimos ya estaba algo malito y seguramente no se había recuperado aún, consiguió llegar a casa y murió casi en minutos. Tú lloraste horas y horas seguidas. Supongo que te sentías culpable, bueno, ya sabes, responsable; tal vez deba informarte de que hace unos años decidí dejar de emplear las palabras culpabilidad y culpable. Si debo acercarme diré que tal vez alguien tenga la responsabilidad, y lo cierto es que de un tiempo a esta parte callo muchas de las cosas que pienso. Me han dicho que eso es madurar. hí vamos, no creo que debas preocuparte. Pasado un tiempo se abandona el hueco y se encuentran lugares. Has tenido un nieto, se llama David. Mireya y su familia se han ido al lugar donde tú también te fuiste a vivir, se ha ido a Castro, y parece feliz. Como a mí, se le adivina un fondo gris, y es posible que pronto comience a observarlo en los ojos de Gonzalo, qué está gigante, por cierto, y tímido como cuando era pequeño. La otra noche en Madrid celebramos el cumpleaños de tu hermana Susana; éramos tres, ella, tu hermano Germán y yo.


Además de cosméticos varios le regalé a Susana mi libro preferido, Una historia del mundo en diez capítulos y medio y, tras consensuar,hice una reserva en mi restaurante favorito, cuyas luces rojas y signos ininteligibles robé para constatar la existencia del momento, o para no olvidarlo. Susana habló de ti, dijo que con barba Germán se parecía a Guillermo y a Gonzalo. Con orgullo te confieso que hasta esa noche no recordaba que el 15 de agosto es tu cumpleaños. Esto es muy habitual en mí, no sé si lo sabes, nunca recuerdo las fechas de cumpleaños. Creo que cuando te fuiste creías que me haría enfermera, estábamos en un hospital y decías que cuidaba bien a la gente. Me habría gustado, pero no soy una persona capacitada para las ciencias, ya sabes, y aunque parezca increíble eso es necesario para hacer carrera en la enfermería. Aprendí a escribir, creo que me convertí en periodista, precisamente de uno de los periódicos que leías. Luego aprendí a escribir de otro modo, precisamente en el tablón donde hoy coloco tu felicitación. Un abrazo, papá, y feliz cumpleaños.




Desde el suelo y dando palmas, tu hija Rebeca.






4 comentarios:

Jorgewic dijo...

Rebeca, amor, uno espera no sentirse un estraño en momentos así, tan bellos y torpes, pero seguro que notas que estoy apretandote la mano en este momento, y éso es algo que me cuesta tan poco decirlo, tan poco, cuando significa tanto...

Ah, y algo me dice que alguien te regalará un perro muy pronto, uno grande, kitsch y sin rencor...., pero no vayas a ponerle un nombre metafórico, eh, que ellos no entienden de sentipensamientos.

Besos

Anónimo dijo...

Estoy impresionada. Y emocionada. Es algo bellísimo esto que has escrito hoy. Sólo puedo darte las gracias y mandarte un abrazo grande y sincero.

uminuscula dijo...

Leo! No puedo nunca escribirte posts, no se me abre, no sé :(
Sólo me pasa contigo.. :(

JML dijo...

Intensa elegía, en rojo sangre. No sigo escribiendo porque se me ha metido algo en el ojo ¿Qué tontería no?

(Este corpúsculo es infinito en sí mismo, como un agujero negro se traga toda la luz y Oh, paradoja, me sumerge en la oscuridad de un relámpago)

Besos admirados.