sensibilidad suspendida

(razón: allá)



por su importancia VIII






UN ANÁLISIS (AL VUELO) SOBRE LA NUBEFILIA



Te tuve,
cuando eras dulce,
acariciado mundo,
realidad casi nube,
¡cómo te me volaste de los brazos!

Ahora te siento nuevamente.
No por tu luz, sino por tu corteza,
percibo tu inequívoca presencia.

…agrios perfiles, duros
[meridianos,
¡áspero mundo para mis dos
[manos!

Ángel González
Realidad casi nube









Este libro de Ángel González es pequeño, de reducidas dimensiones, tanto que lo edita Ediciones Crisolín, tanto que este verano ha terminado por llamarse Ángel pequeñito. Lo he llevado a todas partes. Ha visitado Marruecos, algunos lugares de Andalucía, Madrid, Bilbao (y alrededores), Salamanca y Barcelona. Algunas personas lo han leído cerca de mí. Unas pocas lo han leído mucho, o quizá no tanto, pero han llegado a paladearlo. A mí me gusta acariciarle el lomo a Ángel pequeñito, sobre todo donde está escrito el título: Realidad casi nube. Cuando lo hago siento que es posible el gesto del intento, que no está mal, después de todo, esto de ejercitar, que puedo seguir haciéndolo. Además, deseé este libro durante mucho tiempo.

Lo descubrí en una librería bilbaína, en las Siete calles. Hoy las nombró mi jefe, cuando yo le hablaba de fines de semana libres, y sentí una punzada extraña, en mi cabeza resonaban sus esquinas, las baldosas de Bilbao, la convivencia con el agua y el cielo gris. Creo que yo no descubrí las nubes hasta que llegué a Madrid. Al menos aquí me he dado cuenta de que sufro de nubefilia; una manía que tengo. Cuando vi aquel libro quise comprarlo, pero me pareció bastante caro, seguramente porque no tenía un duro en ese tiempo. Por cierto, al final no ha cuajado lo de noteneruneuro, ¿o si? Cuando se me apareció ante los ojos Realidad casi nube el librito costaba casi veinte euros. Yo no los tenía, o no los tenía para eso, y me costó bastante aquello, y me acordaba a menudo del momento. Luego tuve algo más de dinero pero, debido al asombro paranoico en el que vivo (o que me he impuesto), decidí no comprármelo. Pensé que llegaría. Como la Carta Abierta a Julian Barnes, que ya me late que la voy a vomitar en pocos días, pensé que Realidad casi nube, sin poseerlo, había adquirido el status de libro esencial, y acabaría llegando de alguna manera a mis manos. Confiaba.

Leía a Ángel González mientras tanto, en otros poemas, y fotografiaba nubes, como sigo haciendo, aunque ahora menos. Ahora me gusta pasear ciudades con amigos oriundos y que me adviertan de alguna nube hermosa, para que no se me escape la visión. A veces escucho frases estupendas: Te quejarás, menudo día de nubes has tenido, o incluso: Antes vi una nube magnífica y me acordé de ti. Luego está la geografía. Hubo un día, con mi amiga de Málaga, Ana, en el que abrí un fotolog sólo para poner nubes que me gustaran, nubes que hubiera cazado, al vuelo, claro, y Jon, que es de Bilbao y un día me despidió en la estación de autobuses de forma sublime, encontró el título: Geografía de las nubes. Así se quedó, y yo puse algunas, Ana me mandó otras, y Javier Cid, que ahora es mi jefe y mi pilar, mi compañero absoluto de risas y rutinas, me mandó unos cielos neoyorkinos. Acababa de llegar de allí, y fue entonces cuando nos conocimos.

Después no tengo demasiado claro qué sucedió, pero la cosa funciona. A mucha gente le gustan las nubes e incluso compartirlas, y mi mail incierto y oclusivo se pliega, se expande y bate palmas porque se llena de nubes australianas, mexicanas, argentinas, israelíes, españolas y alemanas. A veces también llegan palabras para acompañarlas. Poemas, confesiones, y cómo no, señales, benditas casualidades que me hacen sonreír a destiempo, cuando no lo espero. Esto es un error, e inauguro una nueva máxima paroxista: estaremos esperando siempre una sonrisa. Máxima que tal vez algún día conforme un capítulo más del cursillo, algo como Una explicación desde el suelo, la sustracción disfrazada de atracción, verde, menos amarillo, azul, azul de lienzo, Nubefilia.

Se mencionará a Charles Baudelaire su verso trágico y sincero (con los brazos rotos, tras abrazar nubes), y por supuesto su poema: El Extranjero. Es posible que tengan que venir también los italianos, Pavese por lo pronto, y sin lugar a dudas José Hierro. A Ángel me lo imagino dirigiendo el (des)concierto, y recuerdo que aquella hora que pasé junto a él le hablé de esto. Ahora voy a hacer una confesión, Ángel González (y si has llegado hasta aquí ya sabes lo que significa para mí) me pareció un hombre impasible y tierno al mismo tiempo. En estos días he vuelto a conseguir su teléfono (¿recuerdas que mi amiga Anna me llama desastrín?) y una mañana incluso lo marqué, pero no respondió nadie. Tal vez esté de vacaciones en Oviedo. ¿No es maravilloso que Ángel González se fuera a Alburquerque? A mí me lo parece... Me gustaría preguntarle por la nieve que vio ardiendo. Y contarle cómo le leo, como ha viajado este verano su áspero mundo y su realidad casi nube, como en Marruecos al mover la mesa estuvo a punto de caer al suelo y María dijo: ¡Ángel! David preguntó de qué hablaba mientras recogía el libro como si nada y yo… envuelta en el poema que suponía la situación, sólo pude decir: El poeta.

A veces, se mantuvo callado, pero en Barcelona Ángel pequeñito volvió a convertirse en un hito. Lo leímos en un banco, Anna, Mai y yo, y fue importante, sirvió de mucho, y este domingo volví a leerlo en recoveco del Retiro con Alberto. Es grandioso esto. Yo me llevé el libro intencionadamente, y nada más encontrarnos Alberto preguntó si había traído alguno: Ángel, le dije, Ángel pequeñito, el libro más grande de la Historia. Leí dos de mis poemas favoritos, Símbolo y Mendigo, y él leyó otros dos, dos a los que yo apenas había hecho caso, y esto es memorable. Como lo fue que Alberto no los leyera una sino dos veces cada uno, y daba gusto notarle cómo lo disfrutaba, y lo iba asimilando. Acabábamos de ver la exposición de Estes porque no había entradas (me cuesta un poco decir entradas hablando de un museo) para la de Van Gogh. Por cierto, recordadme en algún momento que dedique mi pensamiento a la catástrofe del arte. Considero esencial esto.


Seguramente termine describiendo el placer que siento cuando acarició el lomo de Ángel pequeñito, su Realidad casi nube y, si algún día sucede, contaré el instante en que le expliqué a Ángel cómo esperé su áspero mundo durante cuánto tiempo, que muchos meses estuve con mis manos haciendo cuenco, tanto que se dibujó una u minúscula en el espejo, tanto que, de repente, de forma insospechada, apareció entre mis manos, que llegó de otras, de las de un antihéroe que en estos días vive grandes cosas, y a quien conocí aquí, en este otro cuenco que hemos creado. Gracias, en serio, por el minúsculo recoveco, por las nubes que llegan de cubículos extranjeros, por las palabras, por esta suerte que a veces siento que me dan ganas de contarla, y gracias al antihéroe, que también se llama Alberto, que me encontró en semana santa y siendo invierno y me lo trajo. Estábamos en Bilbao, claro, y esa noche leí esto:






ESO NO ES NADA

Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.


Ángel González



1 comentario:

MAYA dijo...

Prometo enviarte fotos de nubes de New York. Las he fotografiado y es más te voy a enviar fotos de nubes del Cusco. Ahora comprendo tu adoración por ellas. Si me lo permites mándame una señal a través de tu nube para hacerte llegar las fotos de las nubes de Cusco y Huaraz, que son espectaculares.

Un beso mi querida uterina nubera.

Un beso,

Maya