sensibilidad suspendida

(razón: allá)



por su importancia VII


XII




Creo
en el nombre prohibido del extranjero,
en su caballo oscuro,
en su único ojo bueno, en su peste, en su vino,
en sus alas mojadas.

Creo
en la sangre seca de sus manos después
de tanto olvido,
su sal derramada,
sus largas caminatas por muelles y países

Su corazón a punto de volar en pedazos.



Jorge Boccanera
Servicios de Insomnio
Editorial Visor de Poesía




Tras dos noches seguidas escuchando salsa obligada, porque debajo de mi casa cantan y bailan, me agrada (iba a decir me congratula, pero frené a tiempo) valorar la llegada de septiembre en silencio, con el lejanísimo rumor de los vólidos madrileños y el opaco sonido de estas manos (o de este teclado). En realidad me duermo, me duermo porque no he dormido las dos últimas noches. No he dormido demasiado… Al principio me creía valiente, y me decía: Vamos, que Celia Cruz era una mujer alegre. Pero acabé odiándola, y tres horas después odiaba también la salsa, la rumba, la cumbia, el pasodoble y, por supuesto, la lambada. Por suerte ya ha terminado el fin de semana y, en realidad, estos alardes bailongos en mi ventana no suelen ser habituales. Tanto que, que yo recuerde, nunca ha pasado. Aunque seguramente se trate de cosas del verano, quiero decir, del final del verano que, como antes me dijo un cuentista, se está haciendo mayor, y no le faltaba razón. Pero aún falta demasiado, ¿no? Hasta el 21 o así nos queda un montón. Ayer desde luego era verano. Hoy desde luego ha hecho muchísimo calor y continúé pisando asfalto con sandalias. Después sucedió el desastre, o las señales (o un ejemplo más de mi perenne estado de asombro paranoico, claro). Por la mañana, mientras hablaba por teléfono, me dio por levantar una pierna y luego la otra (e incluso girar el asiento, lo confieso) como si tuviera siete años y descubrí, con terrible pesar, que una de mis sandalias había dicho que no más. Supongo que esto tiene mucho que ver con que esas sandalias (y otras como ellas pero en otro color) me costaron dos euros exactamente en una tienda de Tavira, en Portugal, en el puente del primero de mayo. Daré un nuevo ejemplo de mi asombro paranoico y diré que estas sandalias han durado el tiempo exacto, que la otra noche vi que las rojas comenzaban a desfallecer, y hoy las negras dijeron ciao. Está perfecto todo esto, y que venga septiembre, que ya me compraré unos zapatos. Cuando me percaté de mi nosandalia hablaba con mi mejor fuente en el mundo de la moda, mi amiga Noelia que, casualmente, es la hija de uno de mis jefes, pero eso merece un capítulo propio o, mejor dicho, ninguno. El caso es que dije ohmierdanoeliasemehajodidolasandalia, y tuve que colgar, claro, pero antes le escuché decir: No pasa nada, Rebe, que a las famosas les ha dado por andar descalzas por la ciudad. Después su padre ha sacado unas sandalias del 43, de hombre, de un armario, mientras mi amigo Javi Cid, que es mi otro jefe (Dios mío, mi vida es una pequeña sitcom), aseguraba que eran suyas. Estuve con ellas un rato mientras confirmé que tengo una maravillosa nueva compañera, hecho este que seguramente venga dado porque Rocío ya fue mi compañera hace tiempo. Hoy se fue a sufrir calor por toda una avenida buscándome unas sandalias a tres euros como máximo pero tras unas cuantas llamadas (ya eran las doce de la mañana), he tenido que comprarme (vía telefónica) unas un poco más caras. Rocío describió lo que pasaba fuera: Están cambiando de temporada, ya no hay casi nada, he encontrado unas blancas a tres euros de tu número, pero voy a seguir buscándote unas negras. Al rato confirmó unas negras a trece euros y yo, que ni de coña me pondría unas sandalias blancas (ni en tonos pastel, je) me acabo comprando, tras vivir tres meses con dos pares de sandalias de dos euros, unas de trece en septiembre. Mi amiga Noelia me diría que debo aprender a invertir en moda (porque la moda es arte, ¿o no?), una madre (supongo) cantaría la retahíla: Lo barato sale caro, ya sabes. ¿Pero como no van a ser efímeras mis sandalias si lo es el verano? Y más este, que en mi caso cierra un ciclo, un medio año, unos seis meses, donde no fui sino que me mantuve. Compré las sandalias de este verano cuando hacía frío y aún me dolía demasiado. Ahora en cambio siento que he aumentado de estatura, seguramente porque he conseguido estirar la espalda, esa terrible espada. Casi me da miedo abrir la boca, tocar estas letras, para decir estas cosas. Uno de los cambios fundamentales estriba en callar un poco más, un poco más todavía, y ya sé que resulta increíble (dado lo que hablo) pero por una vez no quiero metahablar, y no hablaré de las cosas que callo.

Antes, cuando me reconocía como un personaje ético que adoptaba una estética, se subía al escenario y trataba de ejercer su papel con la mayor dignidad posible, me preguntaba por el paso siguiente, porque intuía que existía, al menos en ese plano vital, y en ese instante, pero no imaginaba que consistía sencillamente en callar un poco más, o según cómo, o en donde, o sobre qué. Luego resulta que también hay un para qué, y allí he estado yo todo este tiempo, en ese balneario, yendo y viniendo, en el camino intentándolo, por supuesto intentándolo, y por supuesto también a veces me he equivocado. No me canso de citar a mi amiga Agostina, que cuando pasa algo, cuando algo es muy malo, ella dice: todo es por algo. Pero en realidad lo estoy contando mal. Mi amiga Agostina es tan refinada, es tan elegante, que no necesita soltar su máxima porque sí (sabe callar), y la exhala cuando el momento es idóneo, y esto suele ser, por lo general, a toro pasado. Cuando pasado un tiempo te das cuenta de lo bueno que, mira por donde, te ha acabado trayendo aquello que en algún momento fue doloroso.
Febrero fue complicado porque Haruki el japonés me hacía pedazos (de los malos) pero, por las noches, Jorge Boccanera se esmeraba en describir las realidades sin entrar en detalles. Después se sucedieron los meses. Llegaron los Idus de Marzo y la primavera, pero yo casi no la sentí. En mayo lancé un órdago a la grande y en junio me despedí, para realizar el metaviaje y casi ni preguntarme por el regreso al sinsentido de apuntalar la t a la rutina de continuo, y aquí estoy, pasado el tiempo, descalza por supuesto, gastando dinero, recibiendo regalos en forma de libro para despedir el verano, y por supuesto con el corazón a punto de volar en pedazos.

1 comentario:

MAYA dijo...

¿Servicios de Insomnio? Dios, yo tengo que comunicarme con ellos. El insomnio perpetuo se ha instalado en mi vida. Todo pasa por algo, como dice Agostina, y si esas sandalias de trece euros llegaron fuera de temporada, que se le va hacer mi querida uterina, blancas, ni pasteles te ibas a poner. Asi que disfrutalas. Con ellas despedirás el verano. Realmente tu vida es un sitcom. Y me encanta que así sea.

Un beso,

Maya