sensibilidad suspendida

(razón: allá)



buenas noches




Diálogo recurrente entre diversos "alguien" al telélofono y mi alter ego que camina:

- ¿Para cuándo lo quieres?
- Para ayer
















Hoy es una palabra corta por cuestiones impepinables. Yo no sé muchos idiomas, pero me parece bien today y, por supuesto, oggi. También está bien que ayer sea breve, aunque aún se esté yendo. Ieri, è stato un giorno per dimenticare. E oggi pure. Cuando escucho extraños hablar en italiano quisiera ir con ellos. A cualquier lado. No me pasa con otros idiomas, excepto con los que hablan bable, pero me parece que el astur sigue siendo dialecto. Tampoco entiendo bien las diferencias entre lengua y dialecto. Además, la gente discute mucho sobre eso y yo tiendo a escapar de los grandes debates. Cosa extraña, ¿no? Por lo mucho que me divierte la metatextualidad, pero no sé… Hay una gran realidad que no vivo para poder vivir yo. En una ocasión un amigo sevillano me escribió un poema instándome a dejar de llorar por las tristezas del mundo. Yo antes lloraba mucho.

Ya sé que hace nada conté que me pasaba el día llorando. Bueno, es que ahora estoy en la Estación Delirio, después del Paroxismo Exacerbado y el Viaje Cíclico. Yo qué sé. Me pasan muchas cosas buenas en la vida, y al mismo tiempo me resultan inquietantes. Yo no uso mucho la palabra inquietante, aunque me encanta. Mi amigo Ángel me dijo el martes cenando que ya nunca escribía sobre él, que siempre que había un Ángel era Ángel González. Él suele usar la palabra inquietante. Muchas situaciones las describe así, inquietante o desasosegante. Tanto él como mi jefe y amigo Javier Cid suelen leer las cosas que escribo en el fotolog diagonalmente, buscándose, a ver si escribo sobre ellos, si les menciono por algo. Me hace bastante gracia eso. Javier Cid y yo, curiosamente, tambien vivimos metatextualmente. Y hoy terminanos el día juntos hablando, cómo no, de la jornada, y él me decía: si te duermes vas todo el día mal. Pues sí. La angustia de dormirme, despertarme veinte minutos antes de entrar a trabajar, que me venga la herida cíclica, que el cielo sea a la bilbaína, gris, plomizo, aguantando lluvia, que tenga que poner toda mi paciencia para conseguir cosas, palabras, historias, que me permitan trabajar.

Pero qué paz cuando consigo una sopa, una cremita, me siento cerca de mi mesa pero con mucho espacio cerca, y leo el periódico y como con la cucharita. Tuve grandes sensaciones en ese rato. La planta donde trabajo estaba casi vacía, la única persona que veía era un maquetador, justo frente a mí y de espaldas, con jersey azul turquesa y los auriculares puestos, mientras comía. De repente apareció Jorge, un chico que no conozco en exceso pero al que respeto muchísimo. Podría llegar a calificar a Jorge de persona íntegra. Lleva toda la semana resfriado. El lunes me pidió cremita para su nariz. Por suerte tenía nivea en el cajón. Hoy llegó a la hora de comer, me contó que venía de una rueda de prensa de la ministra de vivienda, que tenía cierre en su suplemento. Le pregunté si no iba a comer. Dijo que sí. Le dije que me dolía la cabeza y me trajo una aspirina o parecido y me puse muy contenta porque hasta ese momento no la había conseguido. Sí, claro, cuando fui a por mi sopa pude haber ido a la farmacia, pero ya te he dicho que vivo en el delirio, y trato de poner las neuronas en el trabajo así que imagínate, no sé. Además, las farmacias no me gustan demasiado.

Hoy Jorge me dio una al mediodía y dos por la noche, cuando me fui. Ahí le dejé, empantanado, con sus compañeros, cerrando. Cuando se sentó a las cuatro con su sándwich al lado dijo: ¡Que hago yo aquí, si en verano estaba en Israel! Le comprendí. Hoy también hablé con Santiago apoyada en el alféizar y vi un pajarito entre las piedras que veo por la ventana, también veo una pista de paddle y estructuras extrañas. A lo lejos, unas nubes, a trozos, reflejadas en los espejos del edificio de enfrente. Pero estoy feliz, porque hasta ahora vivía en una esquinita de la planta, con gente a los lados y ninguna ventana, porque aunque vea paddle, hierros, de repente nubes reflejadas, o el gatito del otro día, que ha venido otras veces, o el pájaro de hoy. Me acuerdo de mí colgando el teléfono y diciendo: ¡lo voy a fotografiar! Se me escapó… Después pasó silencioso con su mochilita otro redactor que ya no está en mi planta, iba a por algo a su despachito anterior. Yo pensé, sí, lo pensé: Y este Pedro, como no dice nada… Imagínate cómo me sentí cuando Pedro regresó y dijo: Perdonadme, iba en mis cosas y no he dicho ni hola. Qué tal. Me hizo sentir muy bien también ese instante, y los minutos charlando.

Todavía es pronto, sólo las diez y media, y tengo hambre, así que voy a cocinar. Sobre todo, no me duele la cabeza ahora, y me siento limpia. Esta ciudad a veces mancha, y con el cielo a la bilbaína más, pero menos mal que en esta vida puedo reflexionar, menos mal que me dan esa oportunidad. En otras ocasiones he pensado lo contrario, sin embargo, que pensar y pensar me acababa perjudicando, pero otras veces no viene mal. Al final es verdad que uno nunca sabe cómo ha sido su día hasta que termina. Me voy a cenar. Me siento mucho mejor después de escupir un poco en estos huecos. Ustedes perdonen.

P.S: En un H&M de Madrid, el de Goya si he de ser detallista, María y yo encontramos, hace dos años, una pulsera con nuestra definición escrita. Decía: I need patience. Now!







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