EL DOBLE
Hay un problema entre nosotros: tú
sonríes a los gatos por la calle,
mientras yo cruzo los dedos y les temo
su memoria salvaje.
Pasan rostros anónimos y tú
les vas poniendo nombres y señales,
yo en cambio me descuido entre las nubes
y silbo si me place.
Hay un problema entre nosotros: tú
vives dentro de mí y eso es muy grave.
(Alberto Vega, Plenilunio)
En el tercer prólogo de esta antología de poemas se puede leer: Alberto era alto, muy alto, por eso llevaba un pedazo de nube en los zapatos. Y la última palabra de este recuerdo que le brota al también poeta asturiano Ricardo Labra es Nuberu, que no sé qué significa pero es el nombre de una banda musical, cómo no, asturiana. Como Ángel González, que también nació allí. Yo cuando me topo con asturianos recuerdo lo distintos que son, con respecto a otros, pero claro, esta es mi visión. Si tengo que elegir un grupúsculo nación-región de esta Españá que manejamos, sin dudarlo me quedo con los asturianos. Saben de nubes y de hierba, de agua y montaña, ¿qué más se puede pedir?
Además, anoche, o en algún momento del día, ya no sé, pero seguro fugazmente, se me pasó por la cabeza el sueño de convertirme en auténtica nubefílica, dedicándo mis días a buscar nubes en los poemas, y a contarlo... Eso me gustaría mucho, pero todavía no sé cómo conseguirlo, aunque sí siento que doy pasos o, como digo siempre últimamente, que existe, percibo y siento, quiero decir, sentipienso, una extraña coherencia entre el mundo y yo. Lo alucinante de los últimos tiempos es que este retoño que es mi árbol terráqueo está dando pequeños frutos, y sin embargo yo siento semillas en mis papilas gustativas todo el rato. Encontré las nubes y me supieron a gloria. Cuatro años después termino el año en el País de las Nubes, recitando poemas.
Ahora vuelvo a Madrid y se suceden demasiadas cosas. Tengo seis compañeras a las que llamo mis reinas. Me lleno cada día de sus cosas bellas. Un día compré un bote de chiclos redondito, rosa, era de fresa, y a todas les gustó mucho eso. Lo dejé en medio de las mesas diciendo: Hala, para compartir. Dos días después, Natalia, que se sienta a mi derecha, trajo otro botecito igual, pero de menta, y cuando lo sacó del bolso jugó con ellos como si fueran maracas, para después ponérselo en la camiseta, bromeando acerca de la posibilidad de ponerse tetas. Luego también hay tristezas.
Porque la gente se casa, pero también se cansa y se deja, y últimamente hay demasiados abandonos en mi entorno cercano, y me cuentan, escucho, sobre todo atiendo, trato de servir de algo pero creo que no siempre puedo. Sí que me enorgullece decir que lo intento, que me gusta si cualquiera de ellas me pide un consejo, que medaplacercomplacer, no es más que eso. O tanto, porque se me llenan las manos, los ojos, el borde palpebral ha adquirido ya altas cotas de seguridad, pero las costas me cuestan un poco más. Sobre todo, me agrada trabajar con cinco mujeres en distintos estados de muy diversos procesos, y además con muy diversas personalidades. Me encanta que se den cuenta de las cosas, de la tristeza de una y el silencio de otra, el estado de nervios que a veces soy yo, y que me lo digan. ¿Dónde vas tan rápido, Rebe?, me preguntan.
Porque a veces corro, y no sé por qué lo hago, pero persisto en ello. Debe ser por eso que cuando llego a casa y me tumbo en cualquier lado necesito estirarme por completo, creo que necesito saber que sigo existiendo, que aún no me llené por completo, que ya, que justo en ese momento, ya me estoy vaciando. Necesito estar sola a ratos, porque si no me pierdo, más bien me disperso. Y así, se me acumulan emails pendientes de respuesta, personas con las que debo quedar, besos que no terminé de dar porque ya me estaba yendo, y aquellas fotos que te dije que te iba a enviar. No sé, la verdad, no sé con seguridad si manejo bien la (i)rrealidad, pero qué más da.
Siempre puedo, como hoy, decir sencillamente no a todas las invitaciones a comer, de mis Rats y de mis Reinas o de quien sea, siempre puedo explicar que me quiero ir a pasear, que necesito sentarme en un banco a leer y ya está. Entonces mencionan mi origen norteño, pero yo ya no me lo creo. No me creo de Bilbao, no sé qué siento. Todo me parece que está demasiado lejos. Aquí en cambio el Todo es concreto, la nada una nariz sin pañuelos. Hacía frío, es verdad, pero escuché a un pájaro sobrevolando mi banco cuando me senté, cuando abría esta antología que me regalaron anoche, cuando salí de trabajar. Un Alberto me regaló a Alberto, toda la antología de poemas que ha publicado el Ayuntamiento de Langreo, donde nació. Debió de ser un gran tipo este Vega, es hermoso cómo hablan de él los amigos. Fue también bello el recuerdo que Ángel González me regaló de él mientras comíamos fabes con almejas. La vida es tan graciosa que te da las cosas cuando menos las esperas.
Cuando es domingo suelo leer poemas. A veces sola, otras en el Retiro con alguna persona, y ahora estoy aprendiendo a no ruborizarme demasiado si debo leerlos en algún lado, sobre todo si salieron de mis venas. Porque eso sí que está claro, yo para qué quiero banderas, si tengo venas. Y siento la electricidad corriendo por ellas, y esto no es ninguna metáfora. Ayer, al mediodía, traté de sacar el cargador del enchufe del trabajo (esto es signo fundamental de que trabajas demasiado, tienes dos cargadores de móvil, uno en casa y otro en tu jaula laboral) y, como estaba jodido, me electrocuté un poco, tengo cinco o seis ampollas en la mano derecha, precisamente esa que me permite vomitar todas estas letras. Me pongo a trabajar, pero espero algún día dedicarme, única y exclusivamente, a encontrar nubes en los poemas, a narrar la nubefilia (además del paroxismo y otras perversiones y parafilias) el por qué, el cómo y el sine qua non. También tengo que pulir los (des)encUentros de mis alter egos, para que no sienta desatendida Rebeca, ni ésa que llaman tribecca, ni por supuesto mi u minúscula, la que escupe versos y espera, a su vez, que le escupan los demás con los suyos. Buenas tardes, y eso.
1 comentario:
Querida Rebe, me acerco a tu templo y descubro que me descubro en tu prosa, en el intimismo con el que te diriges a los ojos lectores quienes sin darnos cuenta, nos vamos haciéndo uno con esa voz que sin tapujos dicta desde adentro, sin posturas, con la claridad de lo que se conoce pero no por eso deja de golpear, con la realidad de los hechos que se develan y se intentan manejar para hacer que el "árbol" siga creciendo, porque crece, sí...
Me gusta mucho lo leído.
Abrazos,
OA
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