sensibilidad suspendida

(razón: allá)



lavorare stanca (o no)


Qué tal, me llamo Rebeca Yanke y repito esta frase una media de veinte veces semanales, siempre en el trabajo. Lo repito tanto que en una ocasión me subí a un autobús y se lo dije al conductor, que se quedó tan ancho, claro. Era un autobús nocturno, de ahí mi desparpajo ante un extraño, supongo que estaría agotada y/o enajenada. También me subo a un autobús matutino, te diré más, se llama 73 y atraviesa mi calle, una enorme que une puntos principales de Madrid y que siempre está llena de coches. Algunos domingos se vacía, sobre todo si es temprano, pero a mí me gusta más cuando ruge, me gusta encontrar las diferencias entre el día y la noche en una simple calle. A veces no tengo más visión de la realidad. El sol que disfruto (si es que ese día decidió asombrarnos) es el del ratito del bus, y tal vez el de la hora de comer, pero ya no puedo comer en la calle porque hace demasiado frío.

Por lo menos en el trabajo hace calor. Llego entre las diez y media y las once y abro la ventana, sin embargo. Se suceden breves desayunos por parejas, confidencias en la oreja, aunque en esta mesa todo se pone sobre ella. El abandono, el miedo, la excitación y el desconcierto. Sobre todo, el descojono. Y el próximo miércoles nos mudamos de sede laboral así que perderé esa ventana con vistas al pijo-paddel que tanto me ha costado conseguir. Casi cuatro años, pero teniendo en cuenta que tardé casi dos en conseguir una mesa con teléfono, pues no me parece tanto tiempo. Quiero decir, lo que dice todo el mundo, que el tiempo es relativo y eso, que además es cierto. Hoy fui a comprar un menú al restaurante La Abuelita (que nos encanta a todas pero nunca conseguimos mesa así que lo llevamos a la nuestra) con mi compañera de la derecha, Natalia, la que juega con los botes redondos de chicles a que se pone tetas y, en la imagen de arriba, va de autista y se ríe tanto que se tiene que aclarar la vista.

Cuando estábamos en la barra esperando nuestros manjares llegaron Benito y Marta, que trabajan en el suplemento de al lado. Marta me preguntó por México y yo solté un pequeño relato, cosa que, con sinceridad, no estoy haciendo, y tampoco tengo claro por qué. La gente me abre un amable quétalenMéxico, y suelen estar sonríendo, pero yo casi no sé qué decir, y nada digo, excepto bienbienbien... Pero hoy no, tal vez porque es viernes, porque tenía hambre y me apetecía mi ensalada y mi entrecot, y conté un poco de esto y de lo otro mientras Benito le preguntaba a Natalia cuánto llevaba ya aquí, aquí refiriéndose a nuestra mesa laboral, que es la vida, en realidad. Un mes, ha dicho, y yo me he quedado traspuesta, un mes, y yo ya te siento tan cerca, y no sólo porque te sientes a mi derecha.

Hemos comido juntas, aunque solitas, porque Ana Volante (que en realidad se llama Ana Rueda pero nos da igual) se ha comido un sandwich con Tito, que se sienta en la mesa del suplemento Aula donde el año pasado trabajaba yo. El primer encuentro sentipensado entre Tito y yo fue el día antes de irme a México. Me pilló en unas escaleras, él arriba y yo abajo; me animó, me deseó suerte, y yo saqué mis verso escupitajos y se los tendí con pasión. Hoy se los dediqué, superando mi pudor, y me encantó animarme incluso más y plantarle dos besos mientras le daba el libro. Creo que se quedó contento con todos los regalos. También yo me quedé contenta con mi ensalada campesina, mi entrecot y mi tarta de almendra, pero más todavía con el relato de Natalia, de su abuelo republicano que perdió su fábrica en Talavera, de otros abuelos sevillanos más señoritos, de su hermano César y su privilegiada cabeza y su novia suiza, de sus padres, de la relación de sus padres y de ella misma.

Luego volví a mi sitio, a mi ventana con vistas al paddle de buenas piernas masculinas y alguna que otra mujer que grita con fiereza. A mi atril, ése que se ve a la izquierda, porque ésa es mi mesa. A mis compañeras. Que yo llego aquí y me besan, me abrazan, me bromean. Me están cuidando a cada minutos y eso no es algo habitual, ¿verdad? También me encanta trabajar con mujeres y jugar a la metatextualidad, exagerar nuestra condición a menudo adolescente y jugar a ser gallinitas con nuestro jefe, Jesús, al que yo he llegado a contarle auténticas barbaridades, aunque mucho más nuestro otro jefe, Javi, que de vez en cuando le recita a Jesús alguno de mis escupitajos y se queda tan ancho: Aún no me he explorado la vagina... Pero da igual, porque el día anterior a irme a México, cuando todos se fueron, se acercó a mi mesa, me acarició un hombro y me miró diciendo: Lo vas a hacer muy bien, los vas a dejar a todos asombrados, ya verás.. Y a mí me daban ganas de llorar de felicidad.


La misma que siento cuando me encuentro mal y Jesús se acerca a preguntarme si me duele algo. Y me gusta que nada me importe y me acerque a media tarde y le cuente: Sabes, es que se me adelantó diez días la regla en México, y yo pensaba que así ya.. pero ahora al volver me ha vuelto a bajar. Y entonces él, que tiene seis hijas, y aquí seis más además de un hijo homosexual, nuestro Javier Cid, levanta los brazos, se exalta y cuenta: Pero claro, cómo no vas a estar así, con tanto vuelo, desfase horario y todo lo demás..! Y yo le digo, pues sí, es verdad, y me siento en mi sitio y me pongo a trabajar. Hoy, no sé muy bien cómo, le pregunté a Jesús por su jardín. Dijo que no estaba en buena época, y Natalia preguntó por la madreselva, y yo dije: No sé, Jesús, si me trajeras unas hojas me pondrías muy contenta... A las cuatro y media convertirmos el viernes en fiesta, y Jesús llega con madreselva para todas, como si inauguraramos esta Navidad que a casi nadie apetece, y en cuanto lo saca de la bolsa Natalia exclama: Qué bien, Jesús, me voy a frotar... Pero él ni se entera y no se le ocurre resaltar una posible obscenidad, porque con nosotras es paternal, y sonríe, y en ese instante llegan Nuria, Montse y Sara del Rastro, que también para todos traen regalos, y un peluche para Jesús y así, paso a paso, en mi mesa se han acumulado hojas de ciruela, limonero, melocotonero, laurel, manzana golden y alguna que otra más, ramitas y una pizca de romero que me instala el placer en las venas y tengo que venir a relatar.


5 comentarios:

PerSe dijo...

casi nunca te cometnato, pero quiero que sepas que aun en silencio sigo tus pasos. :)

Anónimo dijo...

lindo eslabón de la cadena dein diadia
de los que pintan una sonrisa en la cara
mientras avanzas sin darte cuenta

Anónimo dijo...

Un abrazo grande.

Ophir Alviárez dijo...

Srta, eso lo escribiste casi casi como hablas...Uffa! Se lee a ritmo de trote y no es díficil imaginarse ese día.

Abrazos,

OA

Mara Pastor dijo...

qué u estás querida, me encantan esos términos tan tuyos como verso escupitajo y sentipensando. te contesté tu pregunta en mi blog. besos