sensibilidad suspendida

(razón: allá)



Para el robasueños



Madre, dices, yo te perdono. Y algo helado que se halla dentro de tu corazón comienza a crujir. Haruki Murakami
Kafka en la orilla Pag. 553.


Hacía tiempo que no me leía un libro de más de quinientas páginas. Y hacía mucho más tiempo que tardaba tanto en terminar un libro, cualquiera que leyera, en general, lo leía a la velocidad del rayo. No es algo nuevo, esto siempre me ha pasado. De alguna manera he sido siempre algo compulsiva leyendo. De hecho, cuando estaba a punto de comenzar la universidad leí un libro titulado Chicos prodigiosos, Wonder Boys, de Michael Chabon, un tío de Pennsylvania. Me lo recomendó mi tía Sofía, me acuerdo a la perfección. Cuando yo era jovencita, o más jovencita…, no sé, era ella quien me daba lecturas que no podía encontrar en la biblioteca de mis abuelos. Libros que ellos no hubieran aprobado que leyera en aquel momento. Ese verano, cuando cumplí, si no recuerdo mal, 19 años, estuve en Estados Unidos, en una universidad de Pennsylvania, Bucknell, y asistí a una asignatura llamada Gay Writters. Entonces descubrí que Chabon era gay, y que no vivía lejos. Debí ir a saludarle, ¿verdad’ Pero la chica de 19 años que yo era no era todavía capaz, no sé, de ciertas cosas, de abordar a Barnes por teléfono sin pensar en nada más, de entrevistar a su poeta preferido y salir a la calle y gritar. Yo no era así, qué va. Pero fui feliz yendo a esa clase, la profesora era fabulosa y me cogió cierto aprecio. Me daba otra materia: Literatura francesa e inglesa medieval. Era un seminario nocturno. Una mesa redonda, y a veces alguien llevaba cosas para picar. Mi último día llevé una tortilla de patata. Días antes, leyendo los textos encomendados, nos mandó leer uno a uno y yo no quería. No, le dije, de hecho. Y la profesora me miró de tal modo, y los compañeros hablaron de tal forma, que comencé a leer en alto, y cuando acabé ellos me aplaudieron. Al parecer, dado que era como leer en romance, no se me daba del todo mal, y les gustó bastante. Recuerda que son yankees. Y todo esto para contarte que, en aquel libro, Chicos prodigiosos, uno de los personajes, una mujer que dirige el departamento de literatura de una universidad, leía de este modo. De este modo un poco insano, devorando carteles, anuncios, folletos, prospectos, revistas, periódicos, poesías y novelas y ensayos. Con Kafka en la orilla, sin embargo, ha sido todo mucho menos espontáneo. Compréndeme, todo lo de febrero, Tokio Blues y el rompimiento. Movimiento tectónico de placas, desconcierto. Es más, al principio, no me entró bien. Hay dos historias paralelas y una de ellas no me cuajaba del todo. Pero seguí. Con el tiempo, la historia que no cuadraba comenzó a hacerlo, y la otra flaqueó. Me pregunto si es una técnica premeditada de Murakami, no sé. El caso es que continué. La fecha de la firma de Hugo, que me envió el libro, informa: 15 de marzo. Lo he terminado cuando acababa también abril, en el sur de este país. De vacaciones, con el sol pleno y las nubes ondeando Esta vez Murakami ha tardado casi 600 páginas y me ha regalado algunas cosas en el viaje por sus letras y, al final, me la ha dado. Así, como si nada, como quien no quiere la cosa, me la ha dejado. Como pájaro alimentando a sus crías, como el grácil beso de un pájaro. ¿Va a ser el día de la madre, no? ¿O ha sido ya? El caso es que nada es casual. Va a ser la fecha de la muerte de mi padre, además. Joder. Sí. Me siento fuerte. Esto es como una tormenta. Hay que atravesar. ¿Te acuerdas? Cuando comencé a leer Kafka en la orilla puse aquí algo de esto, un párrafo del comienzo, pienso. Luego lo voy a buscar, lo pondré en este lugar, ahí abajo, ¿vale? Ves…, estoy aprendiendo a colocar. El corazón aún tiene trozos por descongelar. Mi corazón aún tiene trozos por descongelar. Así que voy a verbalizar. Madre, yo te perdono….



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