sensibilidad suspendida

(razón: allá)



EL PRIMER GOLPE


09/01/06

Aquí estoy. En una casa porteña. Ni un sonido. Hoy ha sido un día alegre. Por varias razones. La más importante, una nueva vida. Una nueva persona llamada Daniel. Me han dicho que tiene largos pies. Me han dicho, también, que mi hermana está bien. Mi hermana ha sido madre. Tiene 20 años. Mi madre también tenía veinte años cuando yo nací. En esas fotos, cuando se casó, tenía 19, y mi padre 20. Los números nunca se equivocan, dicen. Pero a veces ocurre lo que menos imaginas, y con eso tienes que lidiar. Tienes que lidiar incluso con un día hermoso que se torna oscuro, profundamente triste, y con todas tus ansias de resurgir te refugias en tu estado premenstrual. Eso es lo que estoy haciendo para no llorar. No quiero llorar. Y no siento rencor, ni odio, ni pienso en que las cosas sean diferentes. No, qué va. Sólo les echo de menos, a veces, les echo de menos. Hoy, les echo de menos. Porque hoy han sido abuelos y ni siquiera sé si lo saben. Porque mientras escribo esto se me caen los lagrimones y mataría por sentir la mano de mi padre llevándose una lágrima. Porque se me nubla la vista y me sabe la boca salada. Porque me imagino mil situaciones que no existirán. Me imagino a mí teniendo hijos a los que no tendré unos abuelos que brindar. Me inunda una profunda rabia cuando pienso en lo feliz que sería mi padre siendo abuelo. En lo bueno que hubiera sido también eso para mi madre. Y me duele en cada extremo de mi cuerpo que no me vean, que no me vean lo bien que estoy, vivo, me siento, que no puedan decirme nunca que se siente orgullosos de mí, que no puedan leer lo que escribo, que no puedo decirles que les quiero, que yo era demasiado joven cuando murieron, que yo quiero abrazarlos, que ojalá estuvieran aquí. Pero no están. No están. Y ya lo entendimos Lo hicimos todo. Todos hicimos lo que pudimos. Nos hicimos fuertes, y Daniel es la primera persona que nace tras cuatro muertes bien seguidas. Mis padres, mis abuelos, y nuestras vidas rotas. Y somos tres hermanos, y jo, sabes si te contara de cada uno de nosotros podrías asustarte. De cómo mi hermano con seis años, cuando ellos se fueron y nos acogieron los abuelos, cuando nos tuvimos que cambiar todos de casa, los abuelos, mis tías y mis hermanos, porque no entrábamos, mi hermano, Gonzalo, preguntó: ¿Y quién se va a morir? Y mi tía Paloma fue la única valiente que respondió: Nadie, Gonzalo, nadie va a morir, ¿por qué dices eso? Y mi hermano dijo que cada vez que se había cambiado de casa fue porque alguien había muerto. Mi madre murió. Mudanza. Mi padre murió. Mudanza otra vez. Y luego murió mi abuelo. Y después murió mi abuela. Y de verdad que me siento feliz de las tías que tengo, que no sé si mi padre alguna vez se imaginó que sus hermanas pequeñas, bien pequeñas cuando él murió, nos cuidarían. Porque ellas tenían la edad que yo tengo ahora. Y menos. 28, 26, 24, y cambiaron sus vidas por nosotros tres. Y lo hicieron todo. Lo mejor que pudieron. Todo. Y pese a mil situaciones terribles, mil momentos para olvidar, desde entonces no ha habido nada que lamentar. No ha habido que volver a llorar. Y yo he pasado por momentos en los que la tensión se adueñaba de mí, creyendo que alguien más tenía que morir. En todos estos años he hecho por mí, sí, no sé por qué pero he estudiado, he ido, he venido, he viajado, he seguido mi propia ambición, he reído, he llorado, he amado, me han amado, y he tratado de sentar las bases de mi propia existencia bajo el signo de la libertad, la verdad, el amor, la sinceridad. No sé si soy así por lo que he vivido, no sé si soy así porque no puedo ser de otro modo. No sé qué me ha convertido en lo que soy. Pero bendito sea el verano de 1977. Y entre todos espero que consigamos que también lo recuerde Daniel.

No hay comentarios: