sensibilidad suspendida

(razón: allá)



estUpor







SERENO MUDA

Por el sendero que era cántico fúnebre
de recuerdos,
Ella va perdiendo las letras
que abren los cerrojos del amor.
Los cerrojos que encajaban en la a, en la m y…
… Y qué más da,
si ella ha perdido la llave de hablar.

(Mado Martínez, El delirio de las nubes)







A alguno de mis vecinos, tal vez al que silba canciones alegres, le gusta cenar tortilla francesa, porque cuando llego a silencio éste sólo lo interrumpe una mano batiendo huevos. Hace unos meses ese sonido me hizo llorar una extraña paz, minutos después de haber llorado cuando encontré el canto de unos pájaros entre un claxon y una ambulancia. Se ve que estaba extrasensible en esa época, algo así como hiperestésica. Ahora estoy parecido. Me echo a llorar ante desconocidos, principalmente porque la lágrima salta y no consigo pararla. Sonará extraño pero, bajo esta apariencia de voluble acto espontáneo se esconde una actitud mental dominada por el tiento. Después tengo momentos de debilidad, y lloro cuando no debo.

A veces también cuando debo, o al menos cuando puedo, como anoche. Estaba con Javi, Víctor y Pepe, y les quiero tanto a los tres. Realmente mucho, y cuando los dos primeros se quejaron de que no demostraba lo suficiente mi amor por ellos, en broma imagino, yo recordé la frase que suele decirme Cid cuando le digo que le quiero mucho. Y nunca falta el mucho, y el siempre contesta: pues no me quieras tanto. Yo ni me inmuto, es más, no me molesta una respuesta como ésta, al menos en Javier Cid, pero anoche, cuando le expuse este diálogo constante entre nosotros, me eché a llorar, así, sin más. Nos reímos mucho luego, Pepe me hacía alguna caricia, Víctor decía: que estás blandita…, y Javi preguntaba con insistencia, pero a ver, qué te pasa.

No sé, la verdad, y cuando trato de explicarlo me siento gilipollas. Repito continuamente algo como: Me parece todo tan intenso, hay tantas cosas increíbles sucediendo, tantas personas haciendo tanto bello, poniendo tanto esfuerzo… Ahí me quedo, incapaz de poner las palabras, absolutamente deslumbrada, atónita ante todo esto, porque este lugar también forma parte del resplandor en que me encuentro. Para empezar, me dio la oportunidad de hablar, o de escribir, que en mi caso es más o menos lo mismo. La única diferencia es que en voz vienen las palabrotas. Aquí me corto un poco, porque realmente me turba escribir palabras feas, no tanto porque me avergüence decirlas. Más importante que poder hablar o escribir es la consecuencia de todo ello. En mi caso, una correlación precisa y preciosa de personas, muchas nuevas, y otras muchas que regresan.

En junio, por ejemplo, apareció en tribecca Itxaso, amiga de mi adolescencia, una persona que conoció a mi padre, por ejemplo, y a mis hermanos, y sabe de mí, de lo que me define, sin tener que explicárselo, sin tener que justificar o de narrar lo que me ha convertido en lo que soy, de alguna manera. Desde que dejé de ir a Castrourdiales, porque me vine a Madrid, o tal vez incluso antes, no había sabido nada de ella. Ahora sé que trabaja en un restaurante en un pueblo de Guipúzcoa, que su jefe es su marido, el cocinero, que tienen dos hijos, una casa que están decorando y el sábado, cuando Anna, Mai y yo tratábamos de asimilar lo que teníamos entre manos, leí un mensaje de ella en tribecca, diciendo entre confesiones y descripciones que todavía había maravillosos pimientos en el verde vasco.

Es también impactante que esa misma tarde les hablara a Anna y a Mai de Itxaso, y así pude compartir después con ellas la magnificencia del comentario sobre los pimientos. Me complace contar que Itxaso me pidió que le recomendara un libro para su hijo Odei, nombre que en vasco significa nube, y yo le dije Corazón, de Edmundo D`amicis. Lo encargó, lo tiene, y acostumbra a leer cuentos a Odei por la noche. Estoy deseando saber si a Nube le gusta Corazón, un libro del que también he escrito aquí, un libro con el que siempre lloro, por cierto. De adolescente lo releí a menudo y siempre lloraba con la misma intensidad. Como lloro ahora cada vez que leo el poema Esperad que llegue, de Ángel González. Lloro exactamente en estos versos: Amargo como el mar, y desatado, igual que un huracán, e irremediable, así es mi corazón, luego dejadme. Y cuando vinieron a casa Anna y Mai les conté todas esas cosas que no escribí sobre mi encuentro con Ángel González. Abrí Realidad casi Nube en ese poema, señalé esos versos y les dije: Esto hice, este gesto, y después le explique a Ángel que inevitablemente lloro cuando lo leo. Mai quiso saber de los gestos de Ángel cuando me dijo: que hable la loca..



También me desprendí de tesoros que me moría por relatar, porque a veces tengo la sensación de que ciertas cosas me llegan y me rebotan, de alguna forma me traspasan, pero lo esencial es que debe ser así, sucede y eso observo, que es perfecto si en el Retiro, en septiembre, le hablo a Endika, llegado desde Irlanda, de Anna y Mai, de mi fin de semana en Barcelona en agosto, y a los pocos días Endika, en un mensaje, me brinda una frase de Rilke con la que dice haberse topado y añade: Cuando la leí pensé en Anna. Yo me maravillo. Y no puede ser casual que todos los puntos confluyan en un 2 de octubre, y que apenas mes y medio después de vernos volvamos a encontrarnos, y que se nos ocurra ir a comprar libros, que yo anuncie que les regalaré uno a cada una y, paseando, me encuentre con Tokio blues y piense en regalárselo.


Habría sido bueno, pero ya no es el momento de Tokio Blues en mis espacios. Por eso, cuando Anna y yo mirábamos libros de poesía y Mai de psicología, la primera me advirtió: Rebe, mira…, y ante mí El delirio de las nubes, mi exaltación: ¡Me lo habían recomendado, quería comprarlo! Y compré tres, y a la chica de la caja le dije: hola, ¿qué tal? Ella puso carilla y me pareció tierno así que añadí: hasta los cojones, ¿verdad? Y le sonreí mucho, y ella también a mí. Anna pensó que la conocía de algo. Y esto también es grandioso.Mai se volvió loca cuando nos pusieron tres licores de piruleta en el chinaté y yo dije que formaban un corazón. Tampoco me pareció casual que las luces sobre letras orientales fueran blancas. Ni siquiera me extraña que se jodiera la persiana este fin de semana, de alguna manera hizo sonar la campana. Y ese día hice esta foto así que me gustaría rendir homenaje. A tantas cosas. Quiero aprender a planchar. Quiero, como dice el poema de Ángel, pronunciar sólo las palabras elementales, así que me voy a hacer una tortilla francesa, mientras sigo adaptándome a mi nueva situación de extra perplejidad.

3 comentarios:

PerSe dijo...

a mi me gusta silbar, lo hago poro pero sólo cuando estoy realmente felíz y contento. Y es ese silbido el que me hace darme cuenta que estoy felíz, es un instaste único...

grande dijo...

GrandE, uuu!!!

MAYA dijo...

Muchas cosas sucediendo a la vez, mucha causalidad en tu entorno. Hay hacer lectura si eso te está produciendo esa hiper sensibilidad de ir llorando por todos lados. Lo bueno es que te ocurre con gente amiga y cuando se te vienen las lágrimas como manantiales desbordados siempre tienes un libro de poesía en la mano y puedes pasar inadvertida.

Pero sabes, Rebe, por lo menos pasan. Hay gente que está en un rincón inmóvil y nada les sucede son plantas muertas. Eso es terrible.

Te beso bella,

Maya