sensibilidad suspendida

(razón: allá)



SEGUNDO ADVENIMIENTO PAROXISTA


Si serenases
tu pensamiento, si pudieses
detenerte y pensar,
mirar en torno, tocar las cosas
entre las que pasas,
acaso
sería sencillo reconocer
rostros, no sé, lugares,
gentes
que hablen tu mismo idioma y te
[comprendan

Si fueses
capaz de hallar un sitio donde
[echarte

boca abajo, y cerrar
los ojos,
y mirar, despacio, dentro de tu
vida,
quizá
te resultase fácil averiguar
algo, saber
a qué lugares quieres
ir, de dónde vienes,
para qué estás aquí,
cuál es tu nombre.

Pero el tiempo no existe,
y tienes prisa:
no hay sitio para ti en el
[descampado
donde habitas,
el llanto
puede llegar de pronto, la luz
[cae
en la sombra –casi
invierno,
el otoño se vuelve lluvia y frío-
nadie mira hacia ti, anda,
apresúrate,
tu cuerpo fatigado necesita
descanso,
es ya de noche,
corre,
aquí tampoco
es preciso llegar, no
te detengas,
sigue buscando, muévete,
[camina.


Ángel González, Realidad casi nube









Los poemas de Ángel sobre mí, quiero decir, sobre mis apelotonadas letras, me complacen mucho. Como su soledad como un farol certeramente apedreado. A veces, cuando transcribo un poema suyo, seguramente tras haberlo leído o releído minutos antes, y antes también de atreverme a decir algo bajo su belleza, me gusta pensar que el título del gran libro de Ángel González, Realidad casi nube, es en realidad un título de sí mismo. Debe ser por eso que en Madrid no hubo nubes hoy, porque no eran necesarias. Tal vez deba recordarte que, cuando las nubes son hermosas, yo soy egoísta, y pienso que están ahí para mí. Antes me abrumaba afirmar algo parecido. Me quería esforzar por ser generosa, así que no admitía la posibilidad de pronunciar lo contrario, aunque fuese coyuntural. A veces, como ya sabes, soy ésa que no me agrada y piensa más en sí misma que en los demás. Sin embargo estoy aprendiendo a admitir ciertas cosas, como el proceso de desarrollo de mi ego, que no tenía demasiado, pero me lo estoy construyendo. Con cincel y piolet, por si te interesa saberlo.


Javi Cid, que presume de ego , sufre el síndrome de Stendhal cuando ve una foto, una en concreto, de Brad Pitt, y el otro día se sentía muy abrumado porque le había pasado lo mismo mientras entrevistaba a Mister Mundo, que es malagueño, por cierto. Javi es la persona menos lacrimógena que conozco y en esa ocasión llora de pura belleza y yo le entiendo. Mi amiga Lenda por ejemplo, que es la persona menos tierna del mundo, sólo llora cuando ve patinaje artístico en la 2, y adora a la comentarista. Yo he llorado al escribir el párrafo anterior. He llorado en un taxi nocturno mientras llovía una tormenta, he llorado cuando le conté a Rocío, y también cuando se lo conté a Benito, cómo ha sido mi encuentro de hoy con Ángel González. Pero no decía mucho, tan sólo: “Una paz”. Ésta también era expresión típica en mi casa, un derroche de placer y sosiego. Creo que he sentido eso, y he observado muchísimos cambios con respecto a nuestro primer encuentro, hace dos años. ¡Dos años! Este encuentro también me permite valorar el tiempo.



Por lo pronto en aquella ocasión se trataba de trabajo. Por suerte hoy no. De hecho, eso fue lo primero que me dijo: No sé muy bien si querías una entrevista o sencillamente charlar. Yo le dije que lo que quería era estar. Luego admití mis nervios, después mis dudas: Debe pensar quién es esta loca que tiene enfrente, no sé, me siento un poco nerviosa.
Que hable la loca, me dijo, y yo pensé: Ahí está el impasible. Y al mismo tiempo increíblemente preci(o)so. En realidad esto es redundante. Un hombre impasible es, por lo general, preciso. Tierno cuando es precioso. Por eso la loca habló. Creo que su manera de responderme me animó realmente, porque se lo he dicho todo. Todo lo que le tenía que decir, se lo he dicho… Le he hablado de Ángel pequeñito, su Realidad Casi Nube, viajando por España este verano. Le he hablado de nuestras meta-lecturas, de que jamás este libro se queda en la estantería, le he dicho que él era una nube itinerante, cosa que también es redundante, pero hoy es el mejor día para redundar, metametameta y tal. Le he hablado de muchísimas personas, de cómo hemos leído sus versos en distintos lugares, en un banco catalán, cerca de unos árboles, Anna, Mai y yo, o en Marruecos con David y María, o en El Retiro con Alberto, o bajo un árbol en mitad del Paseo del Prado con Endika, sintiéndonos tan plenos. Le he explicado detalles: María y yo de jovencitas solíamos pensar que el 8 era el número del amor, y cuando leímos el poema Símbolo nos sentimos muy contentas. Anna, Mai y yo recitamos sus poemas en una noche de escaleras, aprendimos mucho y nos unimos más. Alberto se tumbó y levantó a Ángel pequeñito, Realidad Casi Nube, hasta su origen, esa ambigüedad entre ramas y raíces tan excelsa, y se detenía en las palabras, y leía dos veces, y tanto él como Endika se deleitaron en poemas en los que yo aún no me había detenido, y me gustó acercarme más a ellos de esa manera.


Además de contarle anécdotas le he dicho la consecuencia, es decir, su importancia, lo que provoca en mí y otras personas, esa paz, y algo que no sé muy bien cómo expresar, algo que se acerca a la camaradería. Mientras, comíamos fabes con almejas. Cuando usó mi mechero, que es uno normal pero con nubes dibujadas, le conté que me lo había regalado Mai, en mayo. Mai, la chica con la que leí sus poemas en Barcelona. Y el asentía. Entonces la loca redundó y le dije: Se lo regalo. No, no, comenzó, pero no duró demasiado. Yo cogí su mechero amarillo y propuse: Nos lo cambiamos. A mí me viene bien el suyo, ¿sabe? Como la advertencia sobre la traición en el poema símbolo, el color amarillo, y como vi sonrisa casi nube continué: A veces me cuesta percatarme de esas cosas. Y así quedó el trueque zanjado. Confío en que Mai sepa observarlo con el síndrome de Stendhal. Me parece fabuloso (como diría Cid, fascinante) que ese mechero de nubes se quede con Ángel, cerca de sus manos.
Al fin y al cabo así suele estar entre las mías y entre las de amigos y entre las de todos nosotros. También hubo silencios, mucho más bellos que los que existieron durante la otra vez que nos vimos y, por su parte, hubo preguntas directas, cosa que no disfruté la primera vez. Creo que un verdadero impasible y tierno a veces hace preguntas directas. Quiso saber de mis lecturas, si había leído a Blas de Otero, a Celaya, a Gil de Biedma. Quiso saber si leía algo más que poesía. Durante un rato, tras escucharme, se deleitó en poemas nubefílicos, y mencionó a Baudelaire, murmuró: Las nubes, las nubes que pasan… Y yo exclamé: ¡El extranjero! Y después le conté del otro magnífico verso, con los brazos rotos, Don Ángel, los brazos rotos, tras haber abrazado nubes, y hablamos de editoriales, y de Alberto Vega y su Estudio Melódico del Grito, y cuando me preguntó por mis poetas yo le hablé de Boccanera. Me dijo que no lo conocía y eso me puso contentísima, porque al instante quise regalárselo. Se lo regalo, le dije. Pero cuando supo que lo editaba Visor se negó. No, no, Visor me manda todo lo que pido.


Quedamos en que le llamaría dentro de unas semanas, cuando yo haya conseguido su Palabra sobre Palabra (meta-título éste), de Seix Barral, y el a Jorge Boccanera. Por cierto, no sé qué llevó a qué, pero también le hablé de Tokio Blues y mi rompimiento, todo esto, y hablamos de la palabra orvallo, de Asturias, de Madrid, de los árboles de su calle, me dijo: Cuando vine aquí a vivir, estaban recién plantados. Me pareció increíble la sensación de haber visto crecer un árbol, y también se lo dije, y cuando me confesó, luchando con su filete, que comer le aburría, le pregunté si le gustaba la fruta y la verdura, y dijo que no. Pero el yogur sí, ¿verdad?, tuve que soltar, y al verle sorprendido, le conté de la entrevista aquella que le hice, cuando esperé mucho tiempo fuera del restaurante, hasta que hubiera terminado de comer, porque no quería molestarle. Cuando ya me había presentado y sentado enfrente de él apareció un camarero con un yogur natural sobre un platito, con su cuchara y su sobre de azúcar, y yo asistí, con todo mi síndrome de Stendhal, al instante en que Ángel revolvía como niño, y siempre me acuerdo de ese momento. Y también se lo conté. Él señaló una bolsa de plástico que tenía al lado y me dijo: Mira, ocho yogures llevo ahí. ¿A ti te gustan de sabores o naturales? Naturales, por supuesto, le dije. Y añadí que me encanta ponerle azúcar. Eso fue lo que pedimos de postre, yogur natural con platito, cuchara y sobre, y revolvimos, y él hizo eso que Anna me contó que le gusta, no revolver del todo, mantener el azúcar casi quieta, y comer un poquito de ese azúcar cuando el yogur comienza a formar parte de ella. Como Ángel González formó parte de mí de manera más profunda la tarde en que me regalaron su Realidad Casi Nube. La misma tarde que hice esta fotografía. Hoy no había nubes, ni falta que hacían.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita entrada. Y singular, ciertamente, porque A.G. no es un personaje fácil. O tal vez yo le conocí en un momento bajo, y luego no quise seguir tratándolo. Un beso entre las nubes.

leo dijo...

Adoro la poesía de AG.

MAYA dijo...

Las nubes no fueron necesarias Rebe. La nueves estuvieron en tus pies y en los de Angel, que ni las vieron. Me alegra mucho que hayas tenido esta segunda oportunidad y que haya escuchado todas tus historias y tu las de él. Lo del trueque me parece fantástico. Tiene tu nube personal y tu su amarillo.

Aplaudo por ti Uterina!

Beso Maya