sensibilidad suspendida

(razón: allá)



Colectivo Cosoltepec

Aquí es mi pueblo

Aquí nací.
Aquí crecí.
Aquí iba a la escuela.
Aquí jugaba
Con los muchachos igual que yo.
Aquí iba en el campo con los animales.
Aquí tejía mis sombreros
Para comprar maíz y hacer nuestras tortillas para comer.
Aquí está nuestra iglesia.
Aquí nace el agua que tomamos.
Aquí hay conejos, coyotes,
Hay zorros, hay tecolotes.
Hay fantasmas.
Hay muchos animales de campo.
Por eso aquí es mi pueblo.
La cima del cerro del faisán.


Yaho nduhu ñui

Yaho ni caqui.
Yo ho ni sahani.
Yoho ni saha shique escuela.
Yoho ni sado dique
Shi necuachi daba shi.
Yoho ni sashique yuca quisi.
Yoho ni sha quida vai mbeluu.
Guio nuni cuaha dita cushinsu
Yoho la vehe ñuhu shinsu
Yoho cacu ticui shinsu
Yoho ndehe mila, ndehe sibau
Ndehe luzu, ndehe siumi.
Ndehe tupa.
Cuaha quisi yuca ndehe.
Ducan naa yoho nduhu ñui.
Dini yuca colo yuca.


(Jacobo Lara, poeta mixteco)



Aunque en la última semana mi bandeja de correo se ha llenado de concienzudos e intelectualizados análisis sobre la (des)organización del XV Encuentro de Mujeres Poetas en el País de las Nubes, en mi caso uno de los atractivos principales era ese desconcierto generalizado de 100 personas que casi no se conocen y, en su mayoría, se encuentran en un lugar absolutamente desconocido e impactante. Intelectualizar tal vez implique hacer examen de conciencia. Me parece que 66 mujeres poetas juntas durante una semana entera es un asunto difícil de manejar. Además, no puede haber una experiencia única y global, sino precisamente 66 muy distintas; supongo que es natural que no todas sean hermosísimas.

Yo no tengo queja. Más bien lo contrario. Me llené de increíbles bellezas, sucedieron muchísimas cosas que me hicieron llorar de intensidad, y nadie sabía nunca qué podría pasar, pero hacíamos cosas y, lo que es más importante, las disfrutábamos. El día después de llegar a Oaxaca dividieron a las 66 en grupos de trabajo de unas seis o siete. Ya he contado que mi grupo se tuvo que reagrupar en otros, es decir, me adoptaron. Nuestro cometido fundamental era viajar a una comunidad de Oaxaca, pasar allí dos días, haciendo lo que buenamente pudieras o se te ocurriera, por supuesto también en función de lo que encontraras. He oído que en alguna edición algunas poetas leyeron sus poemas en un entierro.

Puede que te pases el día con las señoras que tejen sombreros de palma, o que leas cuentos a niños pequeños, que organices una lectura de poemas o des una charla a los de la Secundaria. Puede que en la casa donde duermas no haya agua, o no tengan nada, pero seguramente te den sus mejores frijoles y tortillas de maíz. A mí en Huajuapan de León me acogió la señora Hortensia, que en su casa tenía hasta piscina. Era una mansión aquello, pero su calle no tenía nombre. Todavía había restos de la fiesta de los muertos, colores vivos y mucha sorna en las imágenes. Pero no era sorna, no, era alegría.

Al día siguiente de llegar a Huajuapan me fui a Cosoltepec. Sin darme cuenta me vi montada en un coche cuyo conductor desconocía, dijo llamarse Ariel y preguntó si nos gustaba la salsa. Delante, la cantante Sara Carrereh, a mi izquierda Maria Luisa, la mujer que bebe el mundo, con la que ya por suerte tenía cierta complicidad. Eso me relajó, y cuando llevábamos una hora de camino por la luminosa ciudad de Huajapan me enteré de que el tal Ariel al volante con salsa era el sobrino de una maestra de Cosoltepec, Maria Luisa se llama también, nuestra anfitriona en el pueblo, que viajaba delante con su esposo Jacobo y el resto de integrantes de mi grupo de trabajo, eso que ya ha tomado por nombre Coletivo Cosoltepec: Mara Pastor, Brenda Oronoz y Pat Sánchez.

Jacobo y la maestra Maria Luisa nos dieron sombreros, y yo durante horas me relamí de gusto con el detalle, sin haberme puesto ninguno de ellos. No había para todas, iban rotando, y era gracioso también observar esos momentos de intercambio, de pásame el agua, ¿quieres cerveza?, ¿fumamos un cigarro?, ¿ya estamos llegando?, en unas cuantas personas que se acaban de conocer, no sé, a mí me encantaba verles a todos tan contentos, dispuestos a conocer algunos, y otros a mostrar lo suyo. Viajamos durante un buen rato sobre piedras, con precipicios a los lados, con cielo sin nubes, con cactus, y unas extrañas flores blancas que nacen en cualquier lado, incluso en Cosoltepec, lugar, lugar lugar, absolutamente árido. Cuando ya casi estábamos llegando Ariel puso una canción, salsa por supuesto, que decía: ya vamos llegando, ya me estoy acercando. Y nos contó de su madre muerta hacía dos años, de su vuelta a Cosoltepec. La gente de Cosoltepec no necesita nombrar la dignidad, pero la tienen bien presente.

Cuando no me relamía de gusto por la delicadeza de todas aquellas personas que me acompañaban, pensaba en esa tremenda conciencia de uno, de uno orgulloso de ser quien es que transmitían las personas en El Cerro del Faisán. Allí subimos nuestra primera tarde allí, todos, incluso alguien del ayuntamiento. Nos apoyamos en las rocas para ver atardecer, buscamos el silencio y lo encontramos mientras el cielo alternaba colores

No sé si seré capaz de transmitir lo que sentí viendo a tantas personas interesadas en eso, estando conmigo, y al mismo tiempo que yo, personas de distintos lugares, lugares, que confluyen en un punto alejado y encuentran un espacio común, mujeres que escriben, en una innata huida, precisamente, de los lugares comunes, en comunión con Jacobo y María Luisa, que nos abrazaban y besaban decenas de veces cada día, nos decían palabras cariñosas, nos cuidaban, nos enseñaban su cerro del faisán, su panteón, sus escuelas, nos presentaban al presidente municipal, a la señora de la tienda, Abarrotes, lo llaman, nos animaban a hablar, a contar a todos ellos de dónde veníamos, qué hacíamos en nuestra ciudad.

Así que lo hicimos, aunque sólo Sara consiguió levantarse a las seis para escuchar las mañanitas de la Banda Municipal. Ella es así, se levanta a las cinco de la mañana, lee la Biblia mientras pasea y, a ratos, levanta los brazos, canta, camina más lento o baila. Después fuimos todas con los niños e hicimos un pequeño taller espontáneo que coordino de forma precisa y preciosa la portorriqueña Mara Pastor, una chica estupenda. María Luisa y Sara se quedaron más tiempo con algunos niños, mientras Brenda, Pat, Mara, Ariel, la maestra María Luisa y yo visitamos el panteón. María Luisa nos mostró las tumbas de sus padres, aún estaba caliente la fiesta de los muertos y yo busqué en María Luisa un relato sobre el lugar que pisábamos, y me lo dio. También lloró, y lloramos Pat y yo y abrazamos a María Luisa. Con la narración del concepto muerte en México, con la peculiaridad de estar en un minúsculo pueblo de la región mixteca, a muchos metros de altura con un bramante sol, sentí una maravillosa paz. Aquello era realidad, lo podía tocar.

Nos fuimos acoplando entre nosotras mientras encajábamos también en el pueblo. Era un pueblo muy pequeño pero Ariel siempre nos quería llevar en coche a todos lados. Era nuestro chófer, creo. Nos acogió en su casa el presidente municipal, que nos dio tres habitaciones y una balconada al final del crepúsculo. No encontramos toallas pero compartimos dos que conseguimos no sé cómo. Éramos seis y se escuchaba, la acabo de tender, yo creo que para después de comer estará seca, y nos duchábamos por turnos, y dejábamos todo de cualquier modo porque subíamos, bajábamos, nos cedíamos el sombrero, nos hacíamos un porro de marihuana a escondidas y luego María Luisa y Jacobo traían tequila.

Por las noches, la prima de Maria Luisa nos daba chocolate con pan dulce, por las mañanas nos preparaba manjares, nos decía: ¿A qué hora quieren comer? ¿Sara, le preparo su infusión de jamaica? Y así y así. Tal vez por todo esto no me costó demasiado adentrarme en lo surreal sin ningún miedo, cuando la última noche, mientras azotaba el viento, montaron en la pista de baloncesto del pueblo una gala con todos sus aderezos, con mesa de honor, micrófonos que costó hacer funcionar, focos que fueron apareciendo, la banda del pueblo, el poeta del lugar, el presidente municipal, los grupos de bailes, las niñas con flores bailando descalzas sin estupor aparente, la señora espontánea que decide cantar, el baile final, el recital por parejas micrófono en mano muriendo de frío y llorando de felicidad. Luego metatextualizabamos y nos reíamos de que casi todas mencionamos el viento en el poema que leímos.

Después, nos regalaron bolsos que tejieron una semana antes, cuando supieron que les íbamos a visitar. Sombrero y bolso de palma de Cosoltepec, donde se lee, precisamente, Mujeres Poetas en Cosoltepec. Por las noches, con el mezcal, el chocolate y el pan dulce, Jacobo Lara nos leía sus poemas, en mixteco también, y nosotras le pedíamos más y más, y nos relataban la historia de su hija, casada con un alemán. Les enorgullecía el hecho de haber entrado en contacto con la familia de él, y de que hubiera ido bien, les gustaba recordar las estancias de los alemanes en sus vidas mexicanas. No sé…, creo que los mixtecos son la prueba de que existe el equilibrio entre humildad y dignidad, hecho que demuestra que mi manual para pensar no me va mal, y finalmente siento que tengo entre las manos la posibilidad de hacer, no sé muy bien qué, pero debo canalizar todo el agradecimiento que siento hacia algún lado.








14 comentarios:

Anónimo dijo...

esta crónica es estupenda Rebeka! Por cierto, en unos días vuelvo a Madrid.

Manuel Marcos dijo...

qué belleza, la gracia del mundo en tus manos y en las manos de los niños que tejen bolsos para poetas.

Ophir Alviárez dijo...

También yo he recibido las "quejas y críticas", pero aún no digiero lo que ha sido para mí esta vuelta a las Nubes. Aterrizar sin paracaidas en casa no es fácil, pero lo intento.

Gracias por tan linda narración, me habría gustado oírla esa noche en casa de Doña Hortensia, creo que a pesar de, nos faltó el tiempo.

Un beso, te linkeo.

Ophir

Anónimo dijo...

te quieeerooooo

grande dijo...

hAsTa sieMprE

toDo TIeNe Su FiN, IncluSo

GraNde!

Mara Pastor dijo...

ja! soy una tallerista estupenda, menos mal. me encantó leer el episodio de las toallas. hermoso el tono y su honestidad, besos.

Anónimo dijo...

tienes una gran virtud al narar las cosas: las revives, las alumbras, las das a luz...
lindísimo.
mil besos, acá en méxico tienes un lugar tapizado de nubes que te espera.

Anónimo dijo...

por favor revisa este blog, no s etrata sólo de las distintas visiones y/o versiones, más bien de la realidad, y de un compromiso que nosotras sentimos que tenemos justo con la gente hjermosa, mágica y absolutamente amorosa de oaxaca; tampoco hablamos únicamente de desorganización sino de cosas muy graves:

http://poetasenelpaisdelasnubes2007.blogspot.com/

http://mujerespoetasdelpaisdelasnubes.blogspot.com

un abrazo

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Excelente crónica, y un gran orgullo el ser de Cosoltepec. Los profesores María Luisa y Jacobo son mis primos gente increíblemente solidara, buena, te felicito por escribir acerca de mi querido Cosoltepec, y de su gente verdaderamente cálida que entrega el corazón...

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Excelente crónica, y un gran orgullo el ser de Cosoltepec. Los profesores María Luisa y Jacobo son mis primos gente increíblemente solidara, buena, te felicito por escribir acerca de mi querido Cosoltepec, y de su gente verdaderamente cálida que entrega el corazón...

Bln dijo...

Maravillosa crónica de Cosoltepec y su gente. La forma en que relatas nos adentra en la historia y pareciera que ahí también estuvimos. Felicidades!!!

uminuscula dijo...

fui feliz con jacobo y maria luisa y en cosoltepec.. lo guardo como un tesoro