sensibilidad suspendida

(razón: allá)



pUntos de sUtUra

Watanabe, ¿quieres que comamos algo en la cafetería? –me preguntó Midori.Acepté a pesar de que, en realidad, no me apetecía comer nada. El comedor estaba atestado de médicos, enfermeras y visitas. Mientras comían, todos hablaban a coro –probablemente de enfermedades-, y el eco de las voces resonaba como dentro de un túnel en aquel subterráneo vacío, sin ventana alguna, donde se alineaban las mesas y las sillas. De vez en cuando, una llamada por megafonía a médicos o a enfermeras dominaba este eco. Mientras yo guardaba la mesa, Midori trajo dos raciones en una bandeja de aluminio. Croquetas de crema, ensalada de patata, col troceada, kimono, arroz y misoshiru: todo servido en recipientes de plástico, iguales que los de la comida de los enfermos. Comí la mitad y dejé el resto. Midori, que tenía apetito, terminó su plato.- Watanabe, no tienes mucho apetito, ¿verdad? –comentó Midori bebiendo té verde caliente.- No, no mucho.- Es culpa del hospital. –Midori miró a su alrededor-. Os pasa a todos a los que no estáis acostumbrados. El olor, el ruido, el aire cargado, la cara de enfermos, la tensión, la decepción, el sufrimiento, la fatiga. Es debido a eso. Todas estas cosas bloquean el estómago y a uno le hacen perder el apetito. Pronto te acostumbrarás. Uno no puede cuidar a un enfermo a menos que coma bien. Yo eso lo sé porque he cuidado a cuatro personas: a mi abuelo, a mi abuela, a mi madre y a mi padre. Es muy posible que ocurra algo y no puedas tomar la siguiente comida. Así que uno debe comer lo que le pida el cuerpo.- Ya entiendo –intervine.- Cuando vienen de visita mis familiares y comemos juntos aquí, todos dejan la mitad del plato. Como tú. Y cuando ven que yo lo como todo,¿sabes qué me dicen? “Oh, Midori, ¡qué suerte tienes de estar tan bien! Yo me siento tan conmovida que no puedo comer”. ¡Pero quien cuida al enfermo soy yo! No es broma. Los demás se limitan a venir de vez en cuando a compadecerse. Y yo soy quien quita la mierda, le saca las flemas y enjuga el cuerpo. Si la compasión bastara para limpiar la mierda, yo me compadecería más que cualquiera de ellos. Sin embargo, cuando termino la comida todos me miran reprochándome: “¡Qué suerte tienes de estar tan bien!” Quizá me toman por una burra de carga. Ya son mayorcitos, ¿no crees?, ¿por qué no entienden todavía de qué va el mundo? Hablar es muy fácil. Lo importarte es limpiar la mierda o no hacerlo. Yo también me siento herida en ocasiones. Y también me quedo sin fuerzas. A mí también me entran ganas de ponerme a llorar. Imagínate. Pese a no tener ninguna esperanza de curación, los médicos le abren la cabeza y se la remueven, una y otra vez y siempre empeora y va perdiendo poco a poco facultades, y yo soy testigo de ello y no puedo ayudarle en nada. ¡Esto no hay quien lo soporte!

Tokyo Blues





Este libro está siendo una cura para mí. Doy las gracias. No sé a quien, pero las doy. A José Ángel, que me lo recomendó, por lo menos. Me encuentro en personajes y en situaciones. Lloro. Me siento bien, me siento mal, me reconforto. Anoche, cuando leí el pasaje que os acabo de transcribir, lloré durante un buen rato. Entendía tan bien esas palabras y, sin embargo,yo jamás se las he explicado así a nadie, como hace ella, no ésas, sí otras, pero no ese ambiente de apariencia higiénica y lleno de olores nauseabundos. El olor de la muerte, el de la tristeza irremediable, y esas sonrisas que intentan servir de algo, y esa compasión, esos ojos, ese pobrechica, ese quétragedia, ese quépasaráahora.A mi madre sólo tuve que soportarla, pero a mi padre lo cuidé cada día. Tenía 15 años y estudiaba las capitales apoyada en su cama. No me olvidaré nunca. De la tele sonando, de los pasos de los médicos y enfermeras en el pasillo, los gritos ocasionales, los sollozos,la sonrisa amable de mi padre y mis ganas de llorar contenidas,la gente que venía, la cafetería, los sándwiches, los autobuses llenos de lágrimas del colegio al hospital, del hospital a casa, las preguntas de la gente, la esperanza, mi sublime esperanza, que no la perdí nunca, que en realidad jamás creí que moriría, y lo sabía, pero no lo creí, de veras, nuncaCon mi abuelo también fue más sencillo. Le cuidábamos todos como al dandy que era, y de repente se murió una noche después de cenar, tras haber pasado el día con sus compañeros de internado, hicieron una comida, fueron a misa, y yo esa noche le puse la cena y, doy fe, estaba contento. Estaba feliz. Y horas después yo escuché unos gritos en el salón. Mi tía Sonsoles llorando, mi abuela gritando: Germán, Germán, ¡Germán! Y entonces me levanté de la cama y abrí la ventana y vi una estrella sola y otra que, de repente, se acercaba a acompañarla. Y puedes llamarme gilipollas pero ya entendí, creo que tenía 19 años, mi abuelo se iba con mi padre, y ya estaba.

Con mi padre también fue así, yo que siempre iba corriendo cuando lo ingresaban aquella noche me quedé en casa. Fue hasta mi abuela que casi nunca iba, la mayoría de las veces porque ella misma estaba ingresada, con un par de operaciones de corazón y una terrible osteoporosis a sus espaldas. Yo me quedé en el sofá, en casa sola, y no sé por qué pasó eso, pero esa noche, mientras veía una película chorra en el sofá y eran casi las cuatro de la mañana, las luces se apagaron,y yo pensé: ya fue, se murió, seguro. Y mi padre murió esa noche a las cuatro menos cuarto de la madrugada. Esta tarde la pasé con mi padre, y sonreía todo el tiempo, y me abrazó mucho cuando nos despedimos.

No sé por qué las cosas son así, o tal vez soy yo que juego a la magia y veo conexiones donde no hay nada y tengo una mente enferma y soy imperfecta. Cuando me fui a Italia, cuando volví tras la Navidad, de repente nadie me llamaba de casa. Mi abuela me llamaba siempre, se preocupaba siempre por mí, cada día, donde fuera, siempre pendiente. Y no me llamaba nadie. Y pensé, lo pensé, o se ha muerto o está muy mala, y por eso todavía no me llaman, no saben qué hacer. Y de repente Paloma me llamó una noche, ella siempre es la más valiente, la más valiente de mis tías, de todos, de tíos y tías, y es la menor y la de apariencia más frágil, y me dijo: la abuela está ingresada, ha mejorado ya un poco pero nos han dicho que tienen que cortarle una pierna…Y yo lloré mucho y ella me dijo que no me preocupara, que se iba a poner bien, y esa noche, en casa de mi amiga Susana, la de Vigo, en la Calabria italiana, con un tiramisu y mucho café, con Lenda, María, Susana y Manolo, el de Padrón, él me escuchaba y yo, yo, qué sé yo, yo le miré fijamente y le dije: Manolo, es que yo ya no puedo más, es que si se muere alguien más ahora yo me voy a volver loca. Y el mediodía siguiente, cuando Lenda y yo nos disponíamos a entrevistar a un italiano cañón presidente de una asociación y bastante mafioso, en un bosque hermoso, me llamó Germán, claro, en esa ocasión debía ser mi tío.

Germán y me dijo que la abuela acababa de morir. Y se me cayeron las cosas, y me puse a llorar, y a caminar dando vueltas, sin dejar de gritar, y Germán sólo dijo: qué quieres hacer. Quieres venir, quieres quedarte… Y yo le dije que quería ir, y él me dijo: búscate un vuelo, yo no puedo ocuparme de eso ahora, no escatimes en nada y quédate tranquila. Y no me preguntes cómo pero hicimos esa entrevista,y después el mafioso se ocupó de mí. Se ocuparon de mí todos. Me buscaron un vuelo, estuvieron siempre conmigo, y cuando estaba en una cabina,de repente vi a Manolo corriendo, corría mucho, y cuando llegó me miró con tal tristeza en los ojos que yo no podré jamás olvidar ese momento. Y me abrazaba, pero no decía absolutamente nada. Y cuando llegué a Bilbao me esperaba un primo de mi padre y su familia en el aeropuerto, y me llevaron directamente al tanatorio, y en el camino llegaban mensajes de María a mi móvil italiano y al español, y al llegar al tanatorio, además de a muchísimas personas, vi a María sola, en una esquina, y tampoco eso se me olvidará, jamás en la vida. Y desde entonces mi vida comenzó a funcionar de otra manera. Y jamás he sido consciente, en estos años, que son más casi diez, de la magnitud de todo esto en mi desarrollo como persona, en mis adelantos o retrocesos, en mis problemas o aciertos. Eso ha sido cosa de Madrid, y del crecimiento. Pero me callo ya, que por hoy ya he llorado demasiado. Me siento contenta.


1 comentario:

Anónimo dijo...

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Trato de llamarte, sin respuesta. Hoy tus palabras me brotan salitre, es el rebosar de mi vaso.

Te quiero.