sensibilidad suspendida

(razón: allá)



por su importancia II


Cuando me vine a Madrid me compré un callejero, inservible, por supuesto, y por suerte no tardé en darme cuenta de ello. En mi primer día aquí llovió muchísimo (¿te preguntas si sentí que era mi bautismo? Exacto), y me dediqué a conocer mi nuevo barrio sin chubasquero, ni paraguas, ni sombrero. Por aquel entonces yo era bilbaína por completo pero me rebelaba ante el desconcierto. Me asombraba pisar Bilbao sin agua, la gente paseando y, de repente, llegaba la lluvia y brotaban paraguas, aquello era casi una danza, pero a mí no me gustaba nada. A lo máximo que llegué fue a usar en ocasiones chaquetas con aquello que en el País Vasco llaman choto, palabra que en Argentina (si no recuerdo mal) es casi un insulto. En Bilbao el choto protege tu cabeza del agua, pero sin llegar a ser pasamontañas, no vaya a ser que te confundan con un soldado vasco, y tú (excepto tu corazón que late como metralleta y tu cerebro que repiquetea) aún no vas armado. Luego aprendes a cubrirte con algo más que lluvia y llanto y, lejos del campo de batalla habitual, éste se amplía (como hacen los deseos cuando los vas consiguiendo, se convierten en otros) lo dice el Sabio Corpuscular. Por cierto, ¿cuándo piensa publicar algo nuevo este tipo?
A lo que vamos, como diría Boccanera, esto es la guerra. El mundo un refugio para exiliados, se confunden los poetas que quieren llamar Agua al planeta Tierra, y de la falla tectónica estos lodos que manejamos. No dejo de pensar en algo. Si muchos seres humanos leyeran a Whitman al mismo tiempo el mundo sería un estado de euf(u)oria perpetuo. Pero están las calles de ofendidos, y algunos llevan pasamontañas y no lo notamos, porque no lo notamos, no…, ¿no es verdad que no lo notamos? Si además tampoco te percatas de que tú vas en carne viva por la vida ya está todo el tinglado montado. La parafernalia idónea para que la vida deje de ser simulacro, y da igual lo fuerte que te creas, es más, ¿cómo te atreves a pensar que estás por encima de alguien, algo, pequeño bastardo? Esto es la guerra, ya hemos acordado. Aquí no importan tus improntas, tu capacidad para levitar o tu desasosiego, porque hay que luchar a manos llenas, los frentes son diversos, y además por las noches te sientes un poco solo en el tablero. Juegas, por supuesto. Es tu momento. Si lo haces bien te erigirán un monumento, puede que podamos rimar aún más (tu vida es un poema) y te conviertas en el líder de un movimiento, una ideología con afán mitológico, unas cuantas verdades dichas con timidez, al vuelo, para mitigar la confusión de un escenario sin guión. ¿Dónde está el apuntador cuando se le necesita? Si en el trayecto crece tu ego la estatua será ecuestre, sí, no te pongas pesado, ¿quieres también una espada? Con incrustaciones de rubíes, sí, sí…, ¿la quieres atravesando tu espalda? Oh, son tan juguetonas las palabras… Ahora valora si prefieres la pared o convertirte en un cuadro. Damocles es la madurez, está claro.
El día después del viaje desde Italia apresurado, tras el entierro de la abuela al que no llegué, se murió la otra que me quedaba. No miento. El puto día siguiente. ¿Quién da más? Entre la muerte de mi madre y la de mi padre hay medio año de distancia exactamente. Entre la muerte del abuelo marinero y la abuela coleccionapatos dos años; en eso tuve mucha suerte. En dos años aprendí lo que no está escrito, gracias a ella, que quizá en previsión de su propia muerte aceleró el proceso educativo. Yo no conozco a nadie que, tras el colegio, se sentara con su abuela a estudiar el Evangelio y leer clásicos, con la siempre atenta mirada de un libro de género desconocido: Las mil mejores poesías castellanas. Ahí es nada. En los descansos de nuestro tácito y libre trato, me enseñaba a hacer café, me recordaba que bajo los vasos de agua se pone un plato, yo iba y venía con bandejas, manteles, cucharas, claro, y escuchando. Es increíble pero cierto que mi abuela me enseñó a hacer croquetas a distancia, ella en su silla de ruedas, en el lejano salón, y yo entre cazuelas en la cocina. Qué puto mérito. Operaciones de corazón, osteoporosis, los pulmones desganados y el corazón seguramente muy cansado, el ánimo harto de enterrar a tantos, y fue la última en morirse. Y su férreo apego a la familia posiblemente creó en mí todo lo bueno que albergo (seguiremos la herencia que constituyen los recuerdos: cuando muera, una gran cena, un brindis por la bondad que haya alcanzado). Luego ya me he ido puliendo, en carne viva son muy duras las paredes y, sin embargo, me pregunto insistentemente por aquella insensible que, ante el estrépito, se dedicaba a coleccionar muertos y leer libros austeros. O tiernos. En honor a la Verdad, la gran lectura promovida por la abuela es el libro más provocaternura que haya conocido jamás, a no ser que tu personalidad (por decir algo) sea como un témpano de hielo.



Por lo demás, si eres adulto (¿maduro? ¿fruta lista para mordisquear?) es mejor que no lo leas, no te atrevas, porque es una lectura para niños, o adolescentes, pero los adolescentes ya no existen, son todos muy maduros, así que muy poca gente puede leerlo en mi opinión, sólo los muy pequeños, pero aquí tenemos un serio problema. Un problema que puede provocar un cambio absoluto en la historia del mundo (¡voto a Barnes!), lo dicen los telediarios: los niños no leen. O leen cada vez menos. Los niños juegan y eso, vale, pero de alguna manera juegan demasiado rápido en el verdadero tablero, la fábula por supuesto ha muerto, murió Dios, a Nietzsche nadie le entendió, y el niño muere también, lo matamos, porque en carne viva esto es un tormento. El libro se llama Corazón. Lo escribe un italiano, Edmundo D`amicis, no recuerdo en qué año, muy lejano, claro, de no ser así no tendría demasiado sentido mencionarlo, porque estamos hablando del pasado, ¿o no? ¿Con qué cojones le regalas en el tercer milenio a un niño un libro que tiene por título la palabra Corazón? Venga, dónde vas, de qué estás hablando.





JB, que se está apoderando de mi amiga Angélica y de mí, apuesta por enseñar el amor en las escuelas, primer trimestre, amistad, según trimestre, ternura, tercer trimestre, pasión. Luego llega el cuarto, claro, y aquí es donde tú debes hacer examen de conciencia y resolver si, para ti, el amor malo, del mierdero, sigue siendo amor bueno. Es tan genial que Maribel de Juan lo tradujera así, mierdero…, ¿cómo coño lo dirá Barnes en su inglés?, bien, amigos, yo tengo que informar de algo muy serio, llevo unos cuantos días desvariando por completo. Esto es agosto y por Madrid pasan todos mis amigos viajeros. Salvador desde Miami, con su novia chilena, y encuentros extraños en Malasaña con un grupo de cineastas, uno especialmente simpático me contó que ha dirigido el último vídeo de Deluxe, y sus ojos hacían chiribitas. También apareció el ceutí Pablo, que en realidad es asturiano, con su novia y una amiga, con mochilas. No sé si lo he dicho antes pero si vas a Marruecos golpéate el pecho y exclama: septaui, septaui!!!. Te irán mejor las cosas en el país vecino, la monarquía más cercana que tenemos, y Ceuta sobre las aguas te abrirá el camino. Allí Pablo le dijo a David algo extrañísimo:Ceuta como la estás viendo existe hace más tiempo que los Estados UnidosRecuerden que David es el tipo de Idaho becado en el País Vasco. Yo estuve largo rato pensando en Ceuta como colonia y Estados Unidos como lo mismo, pero mis cálculos no fueron en absoluto precisos. Ni preciosos. El caso es que el tobogán madrileño va a velocidad de crucero, las balas llegan desde todos los flancos, pero salgo y entro, en el ascensor se me pira aún más y comienzo a valorar la importancia del puerro, gasto dinero, no paro de gastar dinero, me paso los días en estaciones de tren o autobús, recibiendo, despidiendo, llegando, yendo. En el entretanto leo, y creo que no me he convertido en una persona insensible (por el momento). Estoy speedica, eso sí, lo confieso. Un beso.



2 comentarios:

Sir John More dijo...

Joé... Es que... Ha sido... No sé qué... No encuentro las... Bueno, eso. Un abrazo silencioso, de pura compañía.

MAYA dijo...

Niña: Si que has hecho un viaje uterino del carajo. Cada palabra me ha llevado como compañera de viaje. Yo al igual que tú aprendí cosas espectaculares de mi abuela, no me abría libros maravillosos, pero me dejaba escuchar sus canciones uterinas y las cantaba. Tus desvarios y reconocimientos de espacios están bien, los llevas a las letras y está bien. Si, pues, dale a un niño un libro que se titule Corazón y te lo tira por la cabeza, pero yo insisto y sigo llevando cuentos e historias a mis Diablas, ellas se maravillam dentro de la cosmovisión indigena.

Me gusta leerte y vuelvo a repetir estar aquí me fascina.

Un beso,

Maya